lunes, 9 de noviembre de 2015

Los que se van


Juan Erasmo Mochi

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Hace ocho días era el primer ministro francés, Manolo Valls, haciendo de vulpeja de La Fontaine para que el cuervo español deje caer el queso del Barça en la zorrera de “la Ligue”.

    Y ahora es Cristiano comiéndole la oreja a Laurent Blanc, entrenador del “Peseyé”, como dicen los locutores españoles (todos… ¡menos Guti!), porque quiere hacer bicicletas (“arte diabólica es”) a lo Gene Kelly en París, un portugués en París, admirándose de ver que en su tierna infancia todos los niños en Francia sepan hablar francés.

    ¿Se irá en junio Cristiano?

    ¿Se irá hoy Cataluña?

    No faltan señales apocalípticas para una cosa y otra. La peor, que Manuela Carmena se presente en el palco del Bernabéu. (“Para hacer de menos al Madrid”, dijo un tuitero.) Antes que la Abuela del Pueblo ya iba por allí Julio Rodríguez, el General del Pueblo, que después de hacer carrera jurando/prometiendo defender con su vida la unidad de España se ha apuntado al “derecho a decidir”.

    En la socialdemocracia, cuando te surge un conflicto, para resolverlo a tu favor sólo tienes que asociar a tus intereses la palabra “derecho”. ¿Qué socialdemócrata tiene pelotas para negarle un “derecho” a nadie Esto lo saben los sediciosos de Cataluña, que han estado astutos para llevar las aguas del “derecho” a su molino. ¡Derecho a decidir... lo indecidible! Lo dicen Del Bosque, Xavi (ex cerebro de la Roja), el Pep, una monja lunfarda y el general ful de Zetapé, fichado por Podemos para “desprejuiciar al ejército” entre la izquierda, donde ahora ya se sabe que en España se puede llegar a general con la misma solvencia intelectual que Errejón.

    –Yo quiero la unidad de España, pero acepto la democracia.
    
Y yo quiero al Real Madrid, pero acepto el 4-4-2.
    
El “derecho a decidir”, desconocido en la política civilizada (negado hasta por Ban Ki-moon, “el chino” de la Onu, que no es precisamente un organismo estrecho para el mercadillo de derechos), supone la misma lógica argumental que podría llevar a un silvano en celo a invocar el “derecho a follar”. Y esto, al parecer, se decide hoy, ante el “laissez faire, laissez passer” de un gobierno central (“¡Qué blando con las espigas! ¡Qué duro con las espuelas!”) cuyo plan contra la sedición consiste en marear con el motorista al Tribunal Constitucional, papel viene, papel va, para, al final, imponerle a una tal Forcadell una multa económica que en el peor de los casos sería un tercio de la que se impone a cualquier bareto del barrio de Ventas por despachar en Feria botellines de mahou a clientes que se los beben en la acera, y estaría por ver que la multa a “La Dona de Cherta” la cobrara el gobierno.
 (En el callejón de Las Ventas, para no salir del barrio, tiene uno oído que allí nadie pone ya multas a los lidiadores porque no se cobran nunca.)

    Lo bueno de la socialdemocracia, cuyo espectáculo característico es el fútbol de toque (tiquitiqui, tacataca), está en que nada importa, y Rivera, el político que viene con el marketing y el glamour de Suárez (sólo que, como aún no tiene un Ónega, se entrena con los discursos de Luis Aragonés, con esa admiración del lampiño por quien tenía que afeitarse tres veces al día), ya ha declarado que le “encantaría” ver de seleccionador del Combinado Autonómico… al Pep.

La Segunda Transición.



BENZEMÁ Y EL JAMÓN

    Las dos cosas que hay en Sevilla (y en ninguna parte más) son el café y el jamón. Si Benítez, que no toma café, no se llevó a Sevilla a Benzemá, a quien la Francia de Manolo Valls puede convertir en el nuevo Conde de Montecristo (no le faltarán en nuestra prensa Dumas que lo canten) sería porque no toma jamón. A Gustavo Bueno lo fascinó un empresario sevillano que en una entrevista declaró: “Mi filosofía es jamón, jamón y jamón”. Desde luego, pensó Bueno, si existe un secreto contra la yihad, ése es el jamón. Lo que se ha perdido Benzemá, por no comer jamón, lo cuenta Manuel Benítez, El Cordobés: “Hay quien viaja con una amiga o con un amigo. A mí me gusta viajar con el jamón. El jamón es más que una amiga o un amigo. Nunca te traiciona. Se deja comer sin rechistar y te quita el hambre, y cuando se ha acabado y no queda más que el hueso, te puedes comprar otro y es siempre como si fuese el mismo jamón.”




Los que se fueron