lunes, 2 de noviembre de 2015

El Valls de Manolo




Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Cuando, en la primavera de 1453, los turcos tomaron Constantinopla, los monjes bizantinos discutían si las mujeres tenían alma y cuántos ángeles cabían de pie en la punta de un alfiler. Hoy, cuando la hidra separatista se aprieta con las paredes como la hiedra de Los Panchos (“Jamás la hiedra y la pared / podrían apretarse más…”), en Madrid el periodismo deportivo discute con Pablemos del alma de Cristiano.

    –Cristiano… Alma… ¿Lo pillamos?

    Pablemos podía decir lo del alma de Cristiano como aquél que dice lo del nota que tenía tan mala suerte que fue a los toros y le pegaron un balonazo, pero es un tipo sin gracia, porque es un doctor complutense e iletrado, valga la redundancia, que va por la vida regalando… libros. Su frescura, pues, es la frescura de España, que “justifica” el vals de Manolo Valls.
    
Manolo Valls es el primer ministro de Francia (por cierto, único país continental con sistema electoral representativo, gracias a De Gaulle, el general que se parecía a Courtois), y en España tiene buena prensa porque tiene la pulsión autoritaria (¡tan española!) y una leyenda de hijo de exiliado que le han inventado los columnistas avanzados. El “exilio” de Xavier Valls, el padre, consistió en trasladarse a París en el 49, no a liberar la ciudad, cosa que ya había hecho la gente de Patton cinco años antes (en Madrid hace ilusión pensar que fueron los españoles de “La Nueve”), sino a vender sus bodegones figurativos, que en Barcelona no tenían salida. Es decir, que Valls estaba tan “exiliado” en París (para envidia, y gorda, de Tàpies) como Cristiano en Madrid o Messi en Barcelona.
    
El pintor tuvo un hijo, Manolo, que de la mano de Hollande, el amante de comedia francesa motorizado, ha llegado a ministro del Interior, cargo en el cual se permitió expulsar a los gitanos de París, y primer ministro, cargo en el cual se ha permitido abrir las puertas de la Liga francesa al “ejército desarmado de Cataluña”, que es como otro Manolo, Vázquez Montalbán, crítico gastronómico de la clase obrera, llamó al F. C. Barcelona. La frase es una bobada, pero son las bobadas las que hacen historia (piénsese en “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” de Lincoln en Gettysburg, adquirida por De Gaulle, ay, para su Constitución francesa).
    
Valls tiene cara de depredador nocturno, pero su frivolidad futbolera revela a un alimoche, aunque en la España socialdemócrata, donde ya no se puede ser más simple, la afrenta se ha tomado como un cumplido.

    –Es que Monsieur Manolo es culé.
    
No, Valls es aquello que no quería ser Borges, catalán, “porque los odian en España” (en realidad, los temen) “y entre los franceses se nota en seguida que son impostores” (en seguida, no, pues a éste ya lo han hecho primer ministro).

    Hughes hizo aquí el esfuerzo de imaginar la Liga francesa con el Baggsa, y le salió redondo (“Sólo por la posibilidad de Pep hablando en francés merecería la pena todo ese lío. Ni los susurros de Jane Birkin en el ‘Je t'aime’...”), porque Hughes hace eso que es vicio en el toreo y virtud escribiendo, el redondeo. Es un tipo que, por intentar entender lo que pasa hoy en España, lee a Gerhard Leibholz. Y a ver qué comentarista (no de deportes, sino de política) ha oído hablar (no vamos a decir que lo haya leído) de Gerhard Leibholz.


CARISMA Y NORMALIDAD

    De las tres formas de legitimación de Max Weber, tradición, razón y carisma, Benítez podría contar con las dos primeras: es de la casa y curra mucho y bien. Una mezcla de Aragonés y Lobanovsky. Carisma, no. En política, hoy, no lo tiene nadie, y en el fútbol, sólo Mourinho, aunque Valdano tenga ya la boca abierta como en el juego de la rana a la espera de la breva que pueda caerle de Chelsea, barrio del que también echaron a Marx, aunque no por razones políticas, como le hubiera gustado al profeta, sino por no poder pagar el alquiler, como contó Jenny, su mujer, en una carta. La portera del inmueble, para reclamar cinco libras, llamó a los alguaciles, y la lió. Dicen que lo de Mou serían cuarenta millones de euros, aunque en Madrid no cobró el contrato. A eso Valdano lo llama “ser un entrenador normal”.