miércoles, 11 de noviembre de 2015

El método Rivera




Hughes
Abc

Escuchando el sábado a Rivera en la televisión volví a reparar en un rasgo suyo o, más bien, un rasgo de su campaña electoral. Cuando le pedían su opinión sobre algún asunto, a menudo respondía recurriendo a la legislación de otros países. “En Dinamarca esto lo han hecho así y nos parece bien”. Por lo laboral. Pero si le preguntaban por la muerte, o la eutanasia, salía por otro lugar. “En Francia lo han resuelto bien de esa manera”.

A cada problema, Rivera planteaba una solución legislativa del extranjero que incorporaría sin mayores dificultades.

Visto así parece algo muy sencillo. Basta con conocer un poco el mercado de leyes que hay por el mundo, escoger las mejores y trasplantarlas a España. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes?
Legislar no parecía, al escucharle, nada demasiado complicado. Más bien sonaba sencillo. Como la labor de alguien que monta un restaurante. “Lo mejor, yo quiero lo mejor. Carne argentina, quesos franceses, la pasta de la mismísima Nápoles…”

El centro es una tienda de Delicatessen. Porque es un centro pijo, no es un centro y ya está. Es un centro cualificado que además de situarse entre españoles, en el espacio entre españoles (Antonio Burgos hablaba el otro día del salto de garrocha como práctica deportiva goyesca actual, ¿pero y el “deslizamiento céntrico”? El español que entre dos se desliza y ¡zas! ya está centrado, o sea, ya se te ha colado. A esa práctica de colarse, de hacerse surgir de la nada y buscar el espacio, el espacio imposible entre dos, ese prodigio de oportunismo es el deslizamiento céntrico), además, Rivera le añade algo a ese centro, lo equipa con las mejores legislaciones del mundo. Como una boutique, o un circo internacional. Algo de postín.

Salarios daneses, eutanasias francesas, efepés alemanas; federalismo matizado para unos, unidad del país para otros.

¿Por qué ser de derechas o de izquierdas si se puede ser un poco de todo y a ratos? ¿No somos todos en realidad muy contradictorios? ¿Y por qué no hacer un país con las mejores leyes del mundo?

Si un país no es mejor es porque no quiere. Ellos sabrán, pero Argentina, o Portugal o Arabia Saudí son bien tontos de quedarse como están, pudiendo incorporar las leyes de los demás.

Hoy en día, un país que sigue en sus trece es un país con poco mundo.

A la facilidad aparente de Rivera se uniría la actitud, casi revolucionaria, del español que le dijera al político: “Sí, de acuerdo. Yo no quiero saber nada. Ni soy de izquierdas, ni soy de derechas. Usted póngame las mejores leyes que haya”. Los “haigas” de las leyes.

Si uno se para a pensarlo, es lo que procede después del centro. El español renuncia a la ideología para que Rivera, como un diseñador, le decore la casa con las mejores legislaciones encontradas.
Ni hay que pensarlas, ni nos tenemos que pelear para dar con ellas tras mucha discusión.