Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Calatrava es el obeliscador del obelisco que saludará a los madrileños en su “rentrée”, una mezcla de la columna de Trajano y del Rollo de Trujillo pasada por un chiste de Máximo, un balano de bronce embravecido elevándose como la lanza de Longinos contra la crisis inspirada en la “cucaña sin fin” de Brancusi. Los tipos poderosos construyen trampas de seriedad a su alrededor y obligan a los demás a inclinarse ante ellos. Gallardón necesitaba como trampa de seriedad un madroño ultramoderno para el oso verdeoliva del Monte de Piedad y ha tenido la ocurrencia del obelisco que pondrá los pelos de punta a los justiciables de los Juzgados, a los turistas del Canal y a los paletos de Burgos, que entrarán por el obelisco en la capital. Aforísticamente, ¿no equiparaba Barthes el nacimiento del lector con la muerte de su autor? Pues el nacimiento del “voyeur” de obelisco también podría equipararse con la muerte de su muñidor. Calatrava ha vendido su obelisco como “un gesto hacia el futuro”, y el futuro es el país del centrismo gallardoní. El obelisco es el retrato de un alcalde de pie, una teología geométrica y dispensadora de inmortalidad. Lo horizontal y lo vertical. O la vaca y el árbol, que teorizó Madariaga. “Por doquier lo horizontal, la cantidad, triunfa sobre lo vertical, la calidad”, dice Madariaga, cuyo hombre de pie es una síntesis de árbol y de vaca, el espíritu del árbol en el cuerpo de la vaca. “El drama siempre renovado del árbol móvil y de la vaca fiera.” Claro, que, bien mirado, ¿por qué, en lugar del obelisco, no han plantado un árbol al que atar, en vez de a una vaca, al oso? La simbología resultaría más inteligible y, por supuesto, más económica, que luego, en tiempos de crisis, es muy fácil la demagogia. Después de cuatro años de excavar túneles, Gallardón debía de tener ganas de subirse al árbol, que este impulso hacia la elevación es lo que los psicoanalistas llamaban “sublimación”. No es lo mismo pasar a la historia como el alcalde de los túneles que como el alcalde del obelisco, pues, si volvemos a Madariaga, ¿qué es lo que se mide con la admiración y lo que se imprime en la historia, sino la “altura”, la talla del anhelo vertical?

