Lopetegui
Hughes
Pura Golosina Deportiva
Cuando ya nos habíamos hecho a la idea de que el Madrid no le gana a ningún equipo de primer nivel europeo, surge otra realidad áspera: tampoco le gana a las medianías españolas a domicilio.
Tras el inicio casero, había que actualizar el saldo de partidos fuera de casa y con ello ponerse al día. Resultado: empates con Rayo, Elche y Girona: poca actitud, nada de juego; algo de actitud, muy poco juego, y bastante actitud y casi ningún juego.
Por ser positivo habría una tendencia ahí: se ha levantado algo el comportamiento, y falta que lo haga el fútbol. Entre medias hubo los Pactos del Pireo, la readaptación de todos a las realidades del Modelo. La sensación es que la plantilla del Madrid es un galimatías, un error sin solución, y huelga preguntarse si fuiste tú el culpable o lo fui yo.
La culpa sabemos de quién es, pero ¿es acaso culpa? Sería como llamar culpa a la causa de las cosas. La plantilla del Madrid la hace alguien y nadie, todos y ninguno, uno y varios, y es incriticable e impensable, pues viene de lo Superior y está unida a la misma realidad de las cosas.
Hay que fiarse del instinto. ¿Apetecía mucho ver al Madrid de Alonso en Montilivi el domingo a las nueve? No mucho, pero sí era atractivo ver cómo “coexistirían” Bellingham y Güler.
Güler no salía exactamente por la derecha, ni dejaba de hacerlo. El centro del campo se repartía como los reinos medievales. No eran líneas rectas dibujadas como colonias sino territorialidades naturales: el país de Tchouaméni, el de Valverde, el de Güler y el de Bellingham y los jugadores intentaban juntarse, estar juntos, para no desvelar del todo la realidad, para que no cantaran las fronteras y con ello el conflicto.
Se veía que lo mejor que le podía pasar al Madrid era una contra. Bellingham miraba bastante a Mbappé, bien, aunque no tan bien como Güler. Sobre la posición, Güler estaba arriba pero no detrás del francés, no unido a él con un cordelito atado a la cintura. Ni era mediapunta, ni era extremo diestro, ni terminaba de ser el doble pivote con Tchouaméni.
Lo bonito para el Madrid es correr, ser a la contra, pero el grajo volaba bajo, esto es, tocaba bloque bajo, realidad invernal que se le está atragantando al Madrid.
Había ráfagas presionantes que siempre quedan a medias. Los jugadores del Girona, por ejemplo, se pedían perdón por fallar a la presión. El Madrid está lejos de eso.
Era un equipo potente, físico y negro y ¿qué pintaba Fran García? Era como cuando sacan una camiseta retro. Un homenaje. Un jugador para recordar la desnutrición de los García.
Había dramáticas pérdidas atrás pero como no estaba Huijsen, los huijsenistas (que somos como una secta puritana) estábamos tranquilos.
En el minuto 34, con la exactitud del sol cuando sale o se pone, el equipo se partió.
Hubo alguna ocasión de Mbappé, y otra de Militao, con ganas de ser delantero, y en el 40 marcó Mbappé aunque fue bien anulado tras revisión del VAR.
El Madrid es el equipo al que más goles anula el VAR y esto ha tenido que producir un efecto psicológico a la larga, porque el cuerpo se queda frío, cansado tras la euforia.
Ese ratito poscoital lo aprovechó el Girona para marcar, gran gol de Oulani, que atravesó el campo entero sin marcaje alguno. Güler lo vio y no quiso o no pudo esprintar para detenerlo. ¿Era Güler el encargado? ¿Quién era el compañero de Tchouaméni en esas tareas? En esa indefinición del mediocampo madridista prosperó Oulani y lo más revelador tras el 1-0 fueron las caras de los ayudantes de Xabi Alonso, los que están ahí como ingenieros en un box de fórmula uno. Las caras eran de no saber qué decir. Se supone que ellos tienen los datos que cimentan la decisión de Alonso, pero en su mirada al monitor había vacío y desesperación.
En el descanso tomaron medidas. Güler fue sustituido por Camavinga. Otro partido en el que la coexistencia Arda-Jude no daba resultado y se volvía a lo de Grecia: un doble pivote clásico, sin titubeos, sin confusiones. Ahí había una decisión, y por tanto algo en sí mismo bueno: “Mi 10, al menos mi 10 hoy, es Bellingham”.
Nada más empezar la segunda parte Tchouaméni intentó un pase de exterior y el resultado fue dramático porque el balón ni quiso ser cóncavo ni quiso ser convexo. Entendimos la expresión “tener pie” y su dorso implícito “tener muñón”.
¿Puede ese pie organizar el Madrid?
Lo más fino salía de Trent y de Militao, metido a Militauer.
El Madrid se enfrentaba con mucha tosquedad al bloque rival, a la kaaba ginonina. Mbappé lo intentaba demasiado personalmente y desde fuera.
EL dominio era del Madrid pero Courtois hizo una parada milagrosa a Vanat. De nuevo, un rival atravesando al Madrid.
A la altura del 60 el Madrid comenzó a apretar. Camavinga estuvo bien. Cortó, movió y dio un dinamismo más templado que otras veces. El doble pivote funcionó. Sin un juego bueno, refinado o lúcido, el equipo era más sólido, más organizado y activo.
El Girona perdía tiempo miserablemente y Vinicius, tras acarreo de Bellingham, forzó un penalti que aprovechó Mbappé.
Michel hacía un triple cambio y Alonso era más prudente. Entró Rodrygo, al que hicieron otro penalti ignorado como una moción de Vox.
Alonso se tenía que emplear a fondo para que Trent sacara a balón parado. Ése es el nivel de la cosa.
El Madrid apretaba, ya con cierta ansiedad que sin embargo se dominaba. Si te pilla una crisis de juego con De Burgos Bengoechea al silbato, tampoco esperes piedad en forma de azar.
Mbappé y Vini le pusieron ganas y Vinicius pudo marcar en alguna ocasión clara e irritante. En pleno asedio blanco, ¡una picadita!
En la segunda parte de la segunda parte, el Camavinga-Tchouameni pasó a ser Camavinga-Valverde marcando una línea de continuidad. Esos minutos se parecían algo a la reacción contra el Elche y al partido contra el Olimpiacos. El Madrid pudo ganar y debió hacerlo. Mbappé tuvo una ocasión clarísima en el 94.
Queda para el misterio que Alonso sacara a Gonzalo en el 89, cuando pocos balones se podían colgar ya.
Alonso a veces ha recordado a Benítez, incomprendido por unas estrellas a las que tampoco terminó de enfrentarse; otras recuerda (y es el gran riesgo) a Lopetegui. Alguien a quien no terminamos de entender y que tampoco consiguió transmitir. El reto de Xabi Alonso es no ser Lopetegui, no quedarse en Lopetegui o, directamente, Lopetegui.