Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El ruido madridista de la Champions nos ha tapado la movida en Madrid de los pechos lobos de Bilderberg, que este año se han traído a un señor de la guerra noruego a explicarles el Apocalipsis (el caballo rojo) en unos ejercicios espirituales al modo Paular destinados a empoderar en sus invitados al jesuita sin fe (fin y medios) que llevan dentro.
El Club Bilderberg evoca la Cueva de Montesinos, ese lugar lleno de secretos en que los magos realizan encantamientos y que sirvió a don Quijote para regresar a la primera realidad, en visión de Eric Voegelin en su “Hitler y los alemanes”, conjunción molesta, esa “y”, pues vincula “la envilecida condición del Führer con la corrupción generalizada del país que lo votó”, en observación del editor, José María Carabante.
–Los locos siempre desean gobernar, a pesar de que no quieran saber nada de ellos los que saldrán perjudicados –dice Voegelin, que ve en Cervantes un conjunto de criterios para valorar la segunda realidad, que se convertirá en realidad socialmente dominante en casos de locura colectiva, siempre que cuente con el respaldo del poder político. ¡La patocracia que con tanto trabajo nos hemos dado!
Primera realidad (la de la experiencia) y segunda realidad (la de la imaginación) son las muletas de la filosofía de Voegelin. Sancho y don Quijote. Su visita a la Cueva de Montesinos desvaneció en don Quijote la locura (segunda realidad), haciéndolo regresar a la primera.
En 1964, Voegelin sostiene que, gracias a Hitler, emergió la indignidad del pueblo alemán. “He aquí su auténtica proeza”. Ningún análisis cultural, ni el más pesimista, podría haber puesto de manifiesto tan patentemente “el grado de putrefacción de la razón y el espíritu alcanzado por la sociedad alemana de la época, y por las democracias de su alrededor”.
–Constatamos la deshumanización, la más completa ignorancia, así como la profunda parálisis que atenazaba a la pequeña burguesía alemana ante las injusticias contra los hombres.
A los de la papiroflexia con la inicua ley de Amnistía: el derecho penal, avisa Voegelin, depende de la integridad moral de la sociedad y exige que esta última no esté en su mayor parte compuesta por criminales: “Si la sociedad en su conjunto admite que se perpetren acciones criminales y no las combate, no hay juristas que valgan para defender la justicia, porque todos los que componen el cuerpo social, incluidos ellos mismos, serán culpables y compartirán esa misma naturaleza criminal”.
El objetivo de Voegelin con su estudio era superar los lugares comunes y los tópicos creados en torno al nacionalsocialismo: “Sin desprendernos de ellos, es imposible comprender la corrupción moral de cariz pneumopatalógico que aquejó a la población alemana”.
Estamos en el 64, y de acuerdo con los preceptos de la perturbada cultura de salón pequeñoburguesa en la República Federal, “llamar asesino a quien lo es, es una muestra de mala educación”.
[Martes, 4 de Junio]