Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El columnismo kelseniano que está en la pomada llama Tecé al Tribunal Constitucional, guinda de un régimen (que no un sistema) de poder vertical diseñado y designado por los partidos del Konsenso para impedir, como avisó nuestro único jurista de acreditado prestigio, que todas las leyes de “la Democracia” fueran declaradas inconstitucionales por infringir la prohibición constitucional del mandato imperativo.
La historia del Tecé, y aquí nos valemos de unas metáforas de Ivan Illich, comienza con la degradación del mito de la Constitución (nuestra caja de Pandora, “la que todo lo da”): dejó escapar todos los males de su ánfora, pero cerró la tapa antes de que pudiera escapar la esperanza; y termina, ay, en el cofrecillo que se cierra solo y que Illich vio en una juguetería de Nueva York: lo abrías y salía una mano mecánica que cerraba la tapa. ¡El Tecé! Esperabas sacar algo, pero sólo contenía un mecanismo para cerrarlo.
Hace un año que cuatro jefecillos de partido resolvieron privarte, querido españolejo, de todas las libertades menos la política, que nunca has tenido, y, en lo que la policía te echa la puerta abajo si la música que pones en tu casa no le gusta al atildado ministro del Interior, los magistrados del Tecé no han encontrado el momento de resolver en un papel de barba la imposible constitucionalidad de los atropellos, y en esto se resume el respetito que te tienen. La excepción de “inconstitucionalidad” es otra “mariconada” yanqui, y de ahí el suspiro de un amigo gallego, cínico y terminal: “Cineastas españoles (aquí, pon ‘juristas’), toreros americanos… ¡Qué tontería!”
–La gente perdería todo respeto si no tuviera miedo –decía el espantapájaros del gato con botas.
Nos queda, eso sí, el principio de resistencia a la opresión, afirmado por el artículo segundo de la Declaración de Derechos de 1789. Claro que, para risas, el decimosexto dice que la Constitución que no separa los poderes no es Constitución, ingenio que escapa a los jurisperitos del Tecé.
[Sábado, 17 de Abril]