miércoles, 6 de noviembre de 2019

Ocho



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Según un proverbio griego, todas las cosas son ocho. Por ejemplo, las naciones de España, al decir del periódico de las elites. ¿Por qué ocho y no diecisiete, que son las autonomías que nos salieron de los dídimos? Seguramente porque las ocho naciones escogidas (al modo que Jefferson, allá por el 85, escogió a los granjeros como “pueblo elegido” de Dios, dejando fuera a los menestrales) tienen previsto comerse las otras nueve.
   
 Esas ocho naciones que salen, vía Juan Tamariz, de la Constitución del 78 son como las ocho almas que salieron del Arca de Noé (Noé, que hubiera dado un gran juego con Sigourney Weaver, fue el octavo pasajero en salir), como podría dar fe periodística Ana Blanco, que tal vez estuvo allí.
    
España fue una nación de naciones (una nación fundadora de naciones en América), pero estas ocho naciones peninsulares deben de ser una culminación de “los Cinco Reinos de España” acuñados por Menéndez Pidal, autor, ay, de “La España del Cid”, en cuyo poema, nos dice Díez del Corral, estudiaron Derecho nuestros ases de las leyes.

    –Incluso la ira regia que motiva el destierro del Cid no fue una expansión pasional de Alfonso VI, sino la “ira regis”, una facultad del monarca, cuyo perfil jurídico-político se refleja en el poema.
    
Claro que si Kipling se hizo un nombre con su idea de las cinco naciones (Inglaterra, Canadá, Australia, Suráfrica y la India), ¿qué oportunidades no se presentan ante nuestros escritores “mainstream”, que con ocho naciones entre manos (lo bueno es que nadie pone cara al Dick Van Patten de este “Con ocho basta”) pueden tramar, si quieren, hasta un Mundial de fútbol sin salir de Las Rozas?

    El intríngulis, ciertamente dramático, de estos nacionalismos periféricos está en esa muñeca hinchable que es la soberanía, sobada por la Nación, pero poseída por el Estado, como saben bien los nacionalistas, que le roen las canillas, mientras los expertos agitan, unos por cómplices y otros por ignorantes, el sonajero del populismo.