Chamaco y Ava
Bloqueo
Bloqueo
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La democracia no es una ideología, como repiten en España catedráticos, politólogos, periodistas y demás propagandistas. La democracia es, simplemente, un sistema de gobierno basado en el juego mayoría-minoría. Si hay democracia, no hay bloqueo. ¿Cuándo se ha visto un bloqueo en América?
El bloqueo es el juego del reparto (“consenso”, para los postineros), base del Estado de Partidos, que, antes que un Sistema, es un Autosistema que se alimenta de sí mismo, es decir, del bloqueo que obliga al consenso, garantizado por la picaresca del hecha la ley democrática (“un hombre, un voto”), hecha la trampa oligárquica (sistema proporcional de listas de partido), con música de lord Byron:
–¿Sois felices? / ¡Somos poderosos!
Y así desde que el mundo es España. A su Restauración llamaba Cánovas conciliación (“haciendo de buen Dios, fabrica un partido liberal domesticado, una especie de buen diablo o de pobre diablo, con que se complete este cuadro paradisíaco”), y a la conciliación canovista un Ortega indignado llamó “amigable reparto” del botín.
–Para que puedan vivir tranquilamente estas estructuras convencionales –remacha Ortega–, es forzoso que todo lo que haya en torno de ellas se vuelva convención: en el momento en que introduzcáis un germen de vida, la convención explota.
No sé yo si ese “germen de vida” será Abascal (“la España viva” es su lema), a quien todos los “buenos diablos” o “pobres diablos” llaman fascista. ¿Qué habrá en Abascal de Menéndez Pelayo o de Maura?
–Si pudiera hablarse de un “fascismo hispánico” –escribe Gecé en la “Revista de Occidente” del 27– habría que ver en Menéndez Pelayo su profeta, así como en Maura su predicador.
Mas no será Abascal quien haga explotar la “convención” denunciada por Ortega, sino el creciente consenso separatista, que ahora se solapa con el decadente consenso setentayochista.
–Y para que no se altere el orden público –insiste Ortega– se renuncia a atacar ninguno de los problemas vitales de España.
El bloqueo es el juego del reparto (“consenso”, para los postineros), base del Estado de Partidos, que, antes que un Sistema, es un Autosistema que se alimenta de sí mismo, es decir, del bloqueo que obliga al consenso, garantizado por la picaresca del hecha la ley democrática (“un hombre, un voto”), hecha la trampa oligárquica (sistema proporcional de listas de partido), con música de lord Byron:
–¿Sois felices? / ¡Somos poderosos!
Y así desde que el mundo es España. A su Restauración llamaba Cánovas conciliación (“haciendo de buen Dios, fabrica un partido liberal domesticado, una especie de buen diablo o de pobre diablo, con que se complete este cuadro paradisíaco”), y a la conciliación canovista un Ortega indignado llamó “amigable reparto” del botín.
–Para que puedan vivir tranquilamente estas estructuras convencionales –remacha Ortega–, es forzoso que todo lo que haya en torno de ellas se vuelva convención: en el momento en que introduzcáis un germen de vida, la convención explota.
No sé yo si ese “germen de vida” será Abascal (“la España viva” es su lema), a quien todos los “buenos diablos” o “pobres diablos” llaman fascista. ¿Qué habrá en Abascal de Menéndez Pelayo o de Maura?
–Si pudiera hablarse de un “fascismo hispánico” –escribe Gecé en la “Revista de Occidente” del 27– habría que ver en Menéndez Pelayo su profeta, así como en Maura su predicador.
Mas no será Abascal quien haga explotar la “convención” denunciada por Ortega, sino el creciente consenso separatista, que ahora se solapa con el decadente consenso setentayochista.
–Y para que no se altere el orden público –insiste Ortega– se renuncia a atacar ninguno de los problemas vitales de España.