sábado, 5 de octubre de 2019

Feria de Otoño. Márquez & Moore. Adiós a El Cid, que "entre ovación unánime te llevas, con el triunfo, el secreto de la lidia"


[Segunda edición ]



Crónica de José Ramón Márquez

Fotos de Andrew Moore



En la imaginación colectiva es fácil imaginar el paraíso, con su flores, chicas y chicos guapos, música bonita... Es fácil también imaginar el infierno, con su fuego, su violencia, el diablo... Lo difícil es imaginar el purgatorio, que es la plaza de Las Ventas, y los que se merecen triunfar en esta plaza, como El Cid, van directamente al paraíso 
 Simón Casas

Que me pedonen los demás, pero como El Cid, ninguno
Victorino Martín Andrés 



José Ramón Márquez

Hoy, camino de la Plaza, iba uno pensando en la despedida ful que le prepararon a Antoñete con aquella infumable corrida de Belén Ordóñez, y eso que había salvado los trastos de la Fiesta y de Chopera y había puesto en circulación los toros en aquellos deprimentes años de la Santa Transición en que declararte aficionado te convertía de manera inmediata en un facha de caricatura. Al pobre Antonio le prepararon la mundial, con aquella detestable corrida aunque, al menos, el hombre tuvo otras despedidas con las que intentar resarcirse de aquella tan desdichada, que es bien sabido que Antoñete lo que menos quería en el mundo era retirarse, por fortuna para nosotros. Pues hoy a El Cid, torero que jamás ha hecho ascos a compañeros ni a ganaderías, le prepararon la de Fuente Ymbro, la media docenita de Fuente Ymbro que viene a completar la treintena de sus “productos” en Las Ventas en 2019, como un perfecto homenaje a la declarada falta de atención que hacia él han tenido las empresas, los empresarios. ¡Qué más da! Nosotros soñábamos con una despedida de Manuel Jesús El Cid en Las Ventas como la que tuvo Paco Esplá, otro mimado de Madrid por otras causas bien distintas, pero ésta de hoy es mucho más coherente con su carrera, con las permanentes dificultades de su independiente carrera, y en ese sentido podemos decir que ha sido la que debía ser. La cosa se sustanció en seis de Fuente Ymbro, que al final fueron cinco, con fuerzas tasadas, de buena presencia, toros a menos capaces ellos solos de cargarse este festejo y cualquier otro que les echasen. El sobrero, un cacho feo de Manuel Blázquez, ganadero de la Asociación al que no le dio tiempo a quitarle el crotal al bicho antes de embarcarle para los madriles.

La cosa de hoy iba, por completo, de El Cid, un torero que, mientras otros recibían las floreadas guirnaldas de la crítica selecta y nada interesada, mientras los adjetivos servían para ir haciendo tragar a las gentes el ricino del toreo de renuncia, del toreo sin toro, Manuel Cid iba conformando su carrera basada en la pureza y en el toro, las dos inmutables patas en que reposa la tauromaquia que importa. Manuel Cid fue abriendo las puertas grandes de Madrid, de Bilbao, de Sevilla (allí la dicen la del Príncipe) a base de estar frente al toro, el que mete miedo, el que es un problema, el que no regala nada más que la incertidumbre de su embestida lista. El Cid ha abierto los más difíciles cerrojos de las Plazas más exigentes con los toros de Victorino Martín donde otros han hecho sus gestas a base de cuvillejos y de juampedritis de todo a cien, dejándose la vida en cada cite, en cada natural. En Bilbao, el día histórico de los seis de Victorino, la que posiblemente sea la corrida más importante que se ha visto en lo que llevamos de siglo XXI, cuando Cid viene de matar al cuarto, le pregunta a Boni, su excelente peón:

-¿Cuántos quedan?

Ahí está fijada la homérica dimensión de la gesta bilbaina, que por sucios tejemanejes de despachos no pudo repetirse en Madrid al año siguiente, y que cuando se hizo, se hizo tarde, mal y nunca; caiga sobre los responsables del desaguisado el baldón de habernos hurtado esa necesaria corrida que se debería haber dado en su momento y en su sazón.

Decíamos más arriba el venerado nombre de Antoñete de manera intencionada, porque para ciertos aficionados que ya tenemos más pasado que presente, el del mechón fue, por edad y por momento, el que nos abrió los ojos al toreo de una manera irreversible. Chenel nos administró el sacramento del toreo y nos marcó indeleblemente la forma de nuestra afición, sin posibilidad alguna de retorno. Retirado Antoñete, ahí estuvo el gran César Rincón para volver a traer a la arenisca de Las Ventas los más sólidos argumentos con que mantener la afirmación y la vigencia de nuestras convicciones basadas en el toreo verdadero, el de torear, no el de dar pases, el de dejarse la vida y las entrañas en cada muletazo, el de torear con todo el cuerpo y con toda el alma, sin concesiones. Por supuesto que Rincón es diferente a Antoñete en muchas cosas, la primera en la manera intuitiva de Chenel de ver y de entender a los toros, pero Rincón continúa durante sus años en activo la “línea clara” del toreo puro, sin entrar en esas derivaciones basadas más en el temple que en la colocación, lo que llamamos el post-Damasismo, que es lo que impera en nuestros días. Y tras Rincón, ahí aparece Manuel Jesús Cid para mantener prendida la llama del toreo más esencial, el toreo que Madrid siempre ha apreciado, la faena “pronta y en la mano”, el viaje del toro largo y mandado (del cual el otro día vimos una caricatura que entusiasmó a muchos), el cite puro, el remate atrás, la ligazón con sentido, la serie corta y, de pronto, tras tanta seriedad profunda, el fulgor sevillano del remate de un farol como para quitar algo de hierro a la densidad del trasteo. He ahí los argumentos de El Cid con Guitarrero, con Gamberro, con Verbenero y pongo estos tres porque demuestran en cierto modo la evolución del estilo del maestro de Salteras: desde la denodada faena al de Hernández Pla, faena de un corte absolutamente clásico en la que una legión de aficionados nos hicimos de este torero, pasando por la plena madurez del vis a vis con el de Victorino, hasta la propuesta otoñal de Verbenero, por ahora hace cinco años, en que El Cid ha depurado el estilo y cuaja al toro menos arrebatadamente, inmutable la pureza, pero de manera más asolerada. Y entre ambas el lío del estoque, que le ha perseguido y que referiremos a los nietos, del hombre que un San Isidro recibió el premio a la mejor estocada de la Feria y que ha dejado sin rubricar un buen puñado de grandes faenas, un puñado de incuestionables triunfos, por su deficiente uso del acero. Acaso como un guiño de la fortuna, siempre juguetona, en la tarde de hoy ha metido hasta dentro de sus dos toros el estoque, hoy que ya nada se jugaba, como para sacarse las espinas de tantos triunfos cantados en los que el acero se le atravesó en el éxito más rotundo.

Le confiesa Eugenio D’Ors a El Caballero Audaz en una de sus impagables entrevistas que “siempre nos equivocamos cuando contamos lo último en algo” y, efectivamente, no es El Cid  el “ultimo” de los toreros puros. Aunque la presión es enorme, aunque es considerable el engaño que se ejerce sobre los jóvenes que se inician en el antes llamado “Arte de Cúchares” y es denodada la presión en contra del toreo de corte clásico que se ejecuta desde los podios de la prensa y la televisión, ya vemos que ahí mismo hay unos cuantos nombres que van a mantener esa línea clara de la que antes se hablaba, apartando de si los caminos de la zafia vulgaridad que día a día se nos canta, de manera plenamente interesada, como óptima.

Junto a Manuel Cid, de malva y oro, estuvieron hoy en Las Ventas Emilio de Justo, vestido como un príncipe asirio con un espléndido terno tabaco y oro y más oro y Ginés Marín, de grosella y oro con cabos blancos. Ambos brindaron su segundo toro al maestro que se retiraba. La tarde era por completo de él.

Al finalizar el festejo un nutrido grupo de aficionados pasearon en hombros a El Cid y lo sacaron por la puerta de cuadrillas ante el aplauso general. Por la Puerta Grande sacamos a Antoñete la tarde de los belenordoñez, sin orejas, ni falta que hacía, pero era Antoñete.

Con motivo de la despedida de Lagartijo, la revista La Lidia publicó un bonito número de homenaje al I Califa del toreo en el que se incluía un acertado soneto de Mariano del Todo y Herrero que le va de perlas a Manuel Jesús Cid. No creo que a Rafael Molina le importe que las letras que iban dedicadas para él, plenas de vigencia, sirvan, ciento y pico de años después, para homenajear a un gran torero, natural de Salteras, que hoy se ha despedido de su Plaza de Madrid:

Ves al fin coronado tu deseo,
y entras en los dominios de la historia
llevando bien ganada la victoria
 y el popular aplauso por trofeo.
Ante ese ruin y afeminado empleo
con que hoy la sociedad se vanagloria,
la lucha es una honrosa ejecutoria
y arte esforzado y noble el del toreo.
En él triunfaste de sus rudas pruebas,
no libre del rencor y de la insidia;
mas ya sobre el pavés en que te elevas
se estrellan los amaños y la envidia,
y entre ovación unánime te llevas,
con el triunfo, el secreto de la lidia.


"El Cid, torero de Madrid. Gracias"

La cosa de hoy iba, por completo, de El Cid

 un torero que, mientras otros recibían las floreadas guirnaldas
 de la crítica selecta y nada interesada, mientras los adjetivos
 servían para ir haciendo tragar a las gentes el ricino
 del toreo de renuncia, del toreo sin toro

 Manuel Cid iba conformando su carrera basada
 en la pureza y en el toro, las dos inmutables patas en que reposa
 la tauromaquia que importa

 "Ves al fin coronado tu deseo,
y entras en los dominios de la historia
llevando bien ganada la victoria
 y el popular aplauso por trofeo














FIN