Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De la Exhumación de Sánchez al Halloween del Comercio pasando por “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz donde se dice que los criminales y estadistas modernos no matan: suprimen.
“Un vergobreto de los eburones”, dice Martín Rubio que es, por andar desenterrando muertos, Pedro Sánchez, aunque yo lo dejaría en Pedro el Muerto, con el permiso de Pepe el Muerto, el mítico tabernero sevillano de la Alfalfa donde algún fin de año tiene uno pasado matando el rato con “bebidas de caballero”… ¡y una torrija para el caballo del cochero!, que aguardaba en la puerta.
En la madrileña Milla de Oro, cuyos vecinos dicen Guirado a Guirao, se ven bolichicos y boliburgueses, rusos en manga corta, modelos de Hollywood de cuando Bogdanovich (pienso en la Dorothy Stratten de “Todos rieron”) y calabazas risonas con una boca, la boca de la muerte, que es una gran boca vacía que nada sacia.
Frente a la muerte, nos recuerda Paz, hay dos actitudes: una, hacia adelante, que la concibe como creación; otra de regreso, que se expresa como fascinación ante la nada o como nostalgia del limbo.
Sólo un poeta, el peruano César Vallejo, se aproxima a la primera idea: “Estáis muertos. / Qué extraña manera de estarse muertos. / Quienquiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis muertos.” (Y luego, hacia la mitad: “Mientras la onda va, mientras la onda viene, / cuán impunemente se está uno muerto. Sólo cuando / las aguas se quebrantan en los bordes enfrentados, / y se doblan y doblan, entonces os transfiguráis y / creyendo morir, percibís la sexta cuerda que ya no es / vuestra”.)
Y un poeta mexicano, Villaurrutia, encarna la segunda idea con su “Nostalgia de la muerte”: al morir “la aguja del instantero / recorrerá su cuadrante / todo cabrá en un instante”.
–La muerte como nostalgia –dice Paz– equivale a afirmar que no venimos de la vida, sino de la muerte. Lo antiguo y original, la entraña materna, es la huesa y no la matriz.
De ahí que ante la muerte nos alcemos de hombros.