Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Estamos, si oímos al Consenso, en el mejor periodo de nuestra historia. Pero si oímos al Tabarrón Catalán (que viene a ser lo mismo), estamos exactamente donde estábamos hace un siglo, cuando Ortega se sentó a hacer su diagnóstico de España, que arranca de una frase de Mommsen (el Netflix de Roma, para el lector de hoy):
–La historia de toda nación, y sobre todo de la nación latina, es un vasto sistema de incorporación.
No es lo de Ortega este columnismo letraherido que ante España tira la pluma como Petrarca porque sabe que no es copiable “la gracia de su gentilísima señora”, y resuelve completar a Mommsen. La historia de una nación, dice, no es sólo la de su proceso formativo y ascendente: es también la historia de su decadencia; y si aquélla consistía en una incorporación, ésta describirá el proceso inverso.
–La historia de la decadencia de una nación es la historia de una vasta desintegración.
Como Kant fue el Robespierre de la filosofía alemana, Ortega sería el Robespierre del periodismo español, y en un editorial (también es editorialista) de “El Sol” pone en suerte el problema nacional, que “no consiste en que éstas o las otras gentes se hayan revuelto contra la autoridad del Poder público, sino en que, con tal motivo, hemos descubierto los españoles que el Estado carece de autoridad positiva para hacer frente a las fuerzas de disgregación”.
Para Lenin, que aprende a olisquearlas por la cuenta que le trae, las crisis de Estado sobrevienen cuando a la falta de autoridad se añade la falta de potestad y los magistrados dejan de obedecer a los magistrados, que pierden el respeto de los ciudadanos.
El proceso incorporativo, y volvemos a Ortega, es una faena de totalización. La desintegración es el suceso inverso: las partes del todo viven como todos aparte. “Lo llamo particularismo”.