viernes, 18 de octubre de 2019

Un solomillo Rossini

Jacob Rees-Moog
 
 
Hughes
Abc

Preguntado acerca de la posibilidad, antaño apuntada, de tener que comerse sus palabras, el conservador Jacob Rees-Moog dijo ayer que «este acuerdo me lo comería muy gustoso, es el Turnedó Rossini de los acuerdos». Lo cortés (ser brexiteer) no quita lo valiente (tener papilas gustativas), y el muy inglés Rees-Moog acudía a la gastronomía francesa para referirse a una exquisitez culinaria.

Estaba hablando un correligionario de Boris Johnson. ¿Es su nuevo acuerdo tan distinto al de Theresa May, rechazado entre protestas de indignación como si fuera un humeante y muy cuestionable «meat pie» local? Sí y no. Es sustancialmente lo mismo, pero con algunas mejoras. La primera, la eliminación del «backstop». No habría frontera entre la República e Irlanda del Norte. A cambio, pasa al puerto, una frontera marítima, e Irlanda del Norte continuaría en la órbita reguladora de la Unión Europea. La puerta de salida, eso sí, es más fácil. Si Irlanda quisiera abandonar podría hacerlo por su mera decisión, sin esperar a futuros acuerdos planteados por la UE. Tendría la iniciativa.

Otras novedades aplaudidas por los conservadores son la inmediata disponibilidad para suscribir nuevos tratados de comercio y algo relativo a las relaciones futuras entre el Reino Unido y la UE: un futuro acuerdo comercial exigiría «nivelar el campo de juego», es decir, igualdad de condiciones en materia laboral, fiscal o medioambiental. Pero esta armonización regulatoria pasa de estar prevista en el Acuerdo de Retirada (vinculante) a una Declaración Política (no vinculante).

Si lo conseguido por May fue rechazado varias veces (por Johnson el primero), ¿qué posibilidades tiene este acuerdo, no muy diferente, de pasar la votación del sábado en el Parlamento? Con 320 votos en los Comunes se aprueba. Los tories son 288, y considerando estricta observancia necesitarían 32 votos adicionales. Pero el DUP (los unionistas irlandeses) están en contra por esa nueva frontera comercial con el resto del Reino Unido, y los partidarios del no-deal encuentran inaceptable que aparezca de nuevo una futura armonización regulatoria que desvirtuaría el Brexit (Farage) y posibles ventajas competitivas.

Incluso hay quien piensa que Johnson cuenta con el «no» del Parlamento para abrirse a otro horizonte. Otros van más allá y sospechan que si los brexiteers votan «sí», lo harán para que expire la Ley Benn (que obliga a pedir a Europa una extensión) y luego poder votar en contra de la legislación de retirada, abocando todo finalmente al Brexit duro, sin acuerdo.