Visto y no visto
ELOGIO DEL CID
ELOGIO DEL CID
Por Ignacio Ruiz Quintano
ABC, 29 de Agosto de 2007
La machada cultural es lo que le vale a España el respeto en el mundo. Pero la patada del ministro Molina (1) en el antifonario de la bibliotecaria Regàs no es una machada cultural; si acaso, un ajuste de cuentas progresistas. Machada –literaria– fue la de Umbral (2): ochenta libros y miles de artículos para dejarnos una bufanda y cuatro voces que le dio en un plató a la Milá. Además, la única machada cultural mediáticamente considerada en nuestras democracias liberales es la de esos bobos solemnes que venden con subvención cristos priápicos o vírgenes en pelotas. Y, sin embargo, un sevillano de Salteras ha hecho en Bilbao la machada de la suprema cultura: lidiar seis toros victorinos –“Morisco”, “Bogotano”, “Moruno”, “Embolado”, “Veranero” y “Plateresco”– en los medios de la arena carbonera de Vista Alegre, y lidiarlos con arreglo a la preceptiva de Aristóteles, que en los toros es Belmonte: pararlos, templarlos y mandarlos. Con los teólogos sabinianos “oleando” en la barrera, y en el aire, el pasodoble de Martín Agüero.
–El Cid no tiene repertorio para seis toros –decían los alumbrados antes de la corrida.
El Cid ha abierto las tres puertas de la gloria –Sevilla, Madrid y Bilbao– pegando naturales a victorinos, que son los toros en números redondos, es decir, los toros del que, con los números en la mano, debe de ser ya el mejor ganadero de la historia. Decir que el Cid, con esa mano izquierda que tiene, no tiene repertorio, es decir que Mozart no tiene solfeo. Pero el alumbradismo es una cosa muy nuestra que vuelve a cobrar fuerza en el mundo de los toros.
El alumbradismo –confundible con el quietismo– es una mala rama del misticismo: el alumbrado, se dice, es un místico de torpe calidad. El toreo puro del Cid es al toreo iluminado lo que la teología de Trento a los desmayos de las monjas del convento de San Plácido que estudió el doctor Marañón. Esta verdad del toreo puro revela la mentira del toreo solemne –en el mundo moderno, tiene dicho Chesterton, la solemnidad es la enemiga directa de la sinceridad–, y ahí está el motivo de su ninguneo mediático. Es igual: el toreo, como presumía Luis Miguel, no ha sido nunca un arte de masas.
No olvidaré la mirada del Cid al salir del hotel, en Bilbao, camino de los victorinos. Supongo que es la mirada que tratan de ponerle algunos historiadores a Ike para expresar el dramatismo en la víspera de Normandía. El francés Popelin, que anduvo en esos trances, reparó en que, durante los pocos minutos que preceden al paseíllo, una permanente corriente de aire pasa por debajo de la alta bóveda donde se espera, y este detalle le daba la clave del histórico diálogo sostenido por Danton con su verdugo al pie de la guillotina: “¿Tiemblas, ciudadano?” “¡No! ¡Únicamente siento frío!”
Los franceses hablan ahora de “suntuosos victorinos” en una “orgie de bonheur” y, rizando el bucle melancólico, invitan a Bilbao a reclamar a Burgos la partida de nacimiento del Cid. ¿Por qué victorinos? Porque eran los que esperaba la gente. ¿Por qué seis? Para contradecir, dice el abogado Moeckel (si será de ley el Cid, que ha salido a hombros de letrado), el prejuicio de que el Cid sortea siempre el mejor lote. ¿“Suntuosos”, los victorinos de Bilbao? La suntuosidad me parece una calidad, más que de toro, de ministro de Cultura. No fueron escogidos los victorinos por el torero, sino por el ganadero hijo, que sabía una cosa: “Si salen buenos, flores para mi padre. Si salen malos, palos para mí.” Luego, no fueron ni buenos ni malos. Fueron duros. “¡Duros de cojones!”, dijeron a mi lado tan vascamente. Duros como los hormigones de Chillida. Duros en escalera, como la conquista de Méjico o la ópera de Wagner. Lo dejó sentadamente dicho Popelin: es un error de turista pensar que el torero se expone en la medida que demuestra temeridad; la verdad es otra: el riesgo nace con la naturaleza peligrosa del toro. Gloria, pues, al Cid.
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(1) César Antonio Molina, flamante ministro de Cultura, que en agosto destituye a Rosa Regàs de la dirección de la Biblioteca Nacional
(1) César Antonio Molina, flamante ministro de Cultura, que en agosto destituye a Rosa Regàs de la dirección de la Biblioteca Nacional
(2)Francisco Umbral, que muere el 28 de Agosto de 2007