lunes, 15 de diciembre de 2014

Un fútbol de córcholis



Indalecio Prieto, el español más soez a la mesa de un Consejo de Ministros



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    La socialdemocracia se ha propuesto implantar en España eso que Hughes llama “un fútbol de ¡córcholis!”: en los estadios de fútbol quedan prohibidas las palabrotas, como en los colegios de monjas, donde siempre estuvo más perseguida la grosería que la crueldad.

    En los consejos de ministros de la República se hizo legendaria la capacidad para el taco de Indalecio Prieto, que tenía boca de hacha para comer y para hablar, cosa que cabreaba mucho a su compañero Fernando de los Ríos, alias Don Suave, que un día amenazó con ponerse también él a soltar tacos, si Prieto no se reprimía. Prieto no se reprimió, y Don Suave soltó el taco definitivo:

    –¡Cáspita, Prieto! ¡Cállate!
    
El “¡cáspita!” de don Suave es el “¡córcholis!” que un tal Tebas quiere imponer en los estadios, aprovechando la ola de cursilería (la cursilería es la hoja de parra de la hipocresía) que nos invade. Pobre, pues, de aquél que diga teta, culo, pedo o pis en la grada de un derbi, pues será expulsado del estadio y hasta arrojado a la hoguera de papel de barba de los fiscales de Torres Dulce.
    
A mediados de los 70 el punk se declaró como una gripe, la gripe inglesa, pero el antropólogo Desmond Morris (famoso en España por “El mono desnudo” y “El zoo humano”) se puso a escribir un tratado sobre “lenguaje corporal” y para poder ilustrar el capítulo de los insultos en Inglaterra tuvo que enviar al fotógrafo a un estadio de fútbol, pues sólo en esa leonera social se producían los gestos obscenos que necesitaba, principalmente el “calvo”, que es bajarse los pantalones y mostrar el nalgatorio. ¿O alguien piensa que al fútbol se va por el interés que despiertan veintidós tíos corriendo detrás de un balón?
    
La socialdemocracia es totalitaria porque se cuela a todos los rincones de la vida: te ordena, bajo pena de exclusión social, lo que hay que pensar, lo que hay que leer, lo que hay que opinar, el estilo de fútbol que te ha de gustar, y ahora, el “¡córcholis!” que hay que gritar cuando antes gritabas… aquellas frases que no eras capaz de gritar en casa ni, llegado el caso, en la consulta del doctor López Ibor.
    
En Rusia, Putin sanciona con noventa euros a los cargos públicos mal hablados, y en España los tebanos del tal Tebas te echan del fútbol por proferir palabras malsonantes. Con la ordenanza de este Tebas en la mano, la estricta gobernanta María Soraya, que dijo a los periodistas “¡en mi p… vida he cobrado un sobre!”, habría sido expulsada de la política, por no hablar del gran Lyndon B. Johnson.
    
Mala época, sin embargo, para la cruzada tebana.
    España, de dar crédito a las encuestas, votará en masa a Podemos, cuyo líder espiritual, Nicolás (el grande Nicolás) Maduro, un venezolano que pasó de conductor de autobuses a conductor de hombres, acaba de llamar públicamente “asesino” (al no estar en el fútbol, no le es aplicable el látigo de Tebas) a un ex presidente de los españoles, señores tan cursis y socialdemócratas que, para no ofender a nadie, a su nación llaman “Estepaís”, y a su equipo de fútbol, “la Roja”, aunque ya se rumorea que, con tal de no molestar (?), hasta podría prohibirse la exhibición de banderas españolas en las gradas.

Fernando de los Ríos, Don Suave

800 BALAS
    Acongojada por la boluda inquisición, “Ese portugués, no me cae muy bien”, se puso a cantar “la fanaticada” del Almería (¡ni los cristianos en el circo de Roma!), y entonces me acordé de “800 balas”, el ingenioso homenaje de Álex de la Iglesia al “Spaghetti Western”, que eso fue el último partido del Madrid antes del Mundialito, con Cristiano de “cow-boy” de Antonio Marcial Lafuente Estefanía, y ese gol de Isco pleno de monerías como las que hicieron simpático y famoso a Terence Hill. Un “spaghetti” de Sergio Leone por parte del Madrid, y por parte del Almería, un “spaghetti” de Jess Franco, donde los actores (muerto de risa me lo contaba Luis Ciges, que había estado en la División Azul) debían aportar su propio caballo.