Romero verde
La purificación
Francisco Javier Gómez Izquierdo
No creo tan dañina la peste que tiene alborotado al país como la enquistada en una naturaleza española de por sí histérica e irresponsable. Desde que empezó el otoño, y a cuenta de varias peripecias propias relacionadas con la falta de sentido común de un vecino con el que me las tengo que tener por ser un servidor presidente de comunidad, más el espectáculo mediático en el que todo quisque sabe lo que hay que hacer con la mujer enferma en Madrid, estoy tentado de huir de España y avecindarme en Noruega. Mi amigo Alfonso y un servidor ya solicitamos hace años y por escrito en la embajada escandinava una carta de naturaleza o documento aproximado que nos admitiera como suyos. Por supuesto, ni se dignaron contestarnos. ¡Qué otra cosa podíamos esperar viniendo de donde venimos!
Manda en la sanidad de Madrid un charlapuñaos indomable que cada vez que saca la lengua a pasear irrita a cualquier nacido de mujer. En las teles vocean periodistas y expertos majadería tras majadería. Algunos médicos no hablan sereno. Las enfermeras van perdiendo su proverbial atención y ni siquiera los enfermos son como los de antes.
Un español pata negra, de los nacidos en Cataluña dice entre risas, en Lérida o por ahí, que viene de Madrid por si quiere ausentarse algún contertulio miaja hipocondríaco, mientras en Sabadell la legionela, que no tiene nada que ver con el ejército español como pudiera pensar el independentista de manual, ya se ha llevado por delante a 10 inocentes criaturas por cuya salud velaba la Sanidad de Mas.
Es todo un disparate y hasta nuestros futbolistas pierden el oremos además de los partidos.
Ante tanto sindiós sólo nos queda un remedio que encontré en Fontanarejo, pueblo de los montes de Toledo, que por San Felipe se purifica con vehemencia para espantar lo malo de sus límites. El 30 de abril se coloca un rimero de romero verde a la puerta de casa y al atardecer, “cuando se va la luz”, cada vecino enciende su montón para que “lo pernicioso escape”. El pueblo se cubre de un humo densísimo al que los vecinos tienen por purificador, pues no en balde fue el modo como acabaron con una peste de gran mortandad en el siglo XVIII. En Fontanarejo ya no hay pestes, pero cuando llega la noche que espera a mayo y el pueblo se pone a cenar todo es paz, armonía.... y sobre todo caridad. Un servidor, que asiste casi todos los años al ritual de “las luminarias”, no pasa de la segunda puerta, por no caberle ni más tasajo de venado, ni más chuletas en las tripas.
Ante tanto sindiós sólo nos queda un remedio que encontré en Fontanarejo, pueblo de los montes de Toledo, que por San Felipe se purifica con vehemencia para espantar lo malo de sus límites. El 30 de abril se coloca un rimero de romero verde a la puerta de casa y al atardecer, “cuando se va la luz”, cada vecino enciende su montón para que “lo pernicioso escape”. El pueblo se cubre de un humo densísimo al que los vecinos tienen por purificador, pues no en balde fue el modo como acabaron con una peste de gran mortandad en el siglo XVIII. En Fontanarejo ya no hay pestes, pero cuando llega la noche que espera a mayo y el pueblo se pone a cenar todo es paz, armonía.... y sobre todo caridad. Un servidor, que asiste casi todos los años al ritual de “las luminarias”, no pasa de la segunda puerta, por no caberle ni más tasajo de venado, ni más chuletas en las tripas.
Una purificación así es necesaria en España, y en verdad creo que está tardando mucho. Tanta insensatez no puede traer nada bueno.