Manuel Matamoros
Los más cínicos entre los cínicos se lavarán las manos en la jofaina del agua sucia. El Bernabéu, argüirán, dictó sentencia. Pero todo aquél capaz de ver a través de las turbamultas, encontrará en el modo de conseguir sus últimos objetivos estratégicos esta inclemente persecución que ha durado tres años, preocupantes analogías con viejos episodios nacionales que evocan el manejo más turbio del alma más fosca de las que en nuestro solar patrio coexisten. El sábado pasado festejaron su triunfo quienes han manipulado con ventaja el alma coagulada de la España profunda y no han tenido empacho en exacerbar todas sus miserias: la mediocridad, la pereza, la envidia, la desconfianza en el extraño, la autarquía, la jactancia en el atraso, la irresponsabilidad, la xenofobia...
El mejor entrenador del mundo, desgastado en el heroico propósito de extirpar los atávicos males del Real Madrid, imponiendo una dieta de mérito y profesionalidad que, de cristalizar, habría significado para el futuro blanco mucho más que una Copa de Europa, se despidió un sábado de partido, abroncado desde la grada por una buena parte de los beneficiarios potenciales de su ambición. Mourinho, déspota ilustrado, fue víctima de sus propios errores, desde luego, pero, por encima de todo, de la ignorancia popular manoseada en provecho de una coalición de intereses ajenos a los propios de los amotinados...
El mejor entrenador del mundo, desgastado en el heroico propósito de extirpar los atávicos males del Real Madrid, imponiendo una dieta de mérito y profesionalidad que, de cristalizar, habría significado para el futuro blanco mucho más que una Copa de Europa, se despidió un sábado de partido, abroncado desde la grada por una buena parte de los beneficiarios potenciales de su ambición. Mourinho, déspota ilustrado, fue víctima de sus propios errores, desde luego, pero, por encima de todo, de la ignorancia popular manoseada en provecho de una coalición de intereses ajenos a los propios de los amotinados...
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