jueves, 19 de enero de 2012

La sutil diferencia entre los toros y el fútbol

Navarro y Cabido, los humoristas verdaderos
(Madridistas)

José Ramón Márquez

Nunca gusté del balompié ni de los juegos de equipo. Ni de niño siquiera. Ayer noche, por cosas de la vida, me ví en el bar Molinillo, antes Flipper, rodeado de forofos y acompañando a mi hijo, que iba ataviado con bufanda del Real Madrid.

En el bar muchos madridistas y unos pocos barcelonistas miraban las dos pantallas de televisión a la espera de los goles de sus ídolos mientras dos tipos, comentaristas de la televisión, relataban a gritos los lances del juego; de estos comentaristas era chocante el hecho de que uno de ellos ponía el mismo acento que en el teatro cuando alguien quiere hacerse el inglés, remedando la forma del habla de Stan Laurel en los viejos filmes en blanco y negro.

Me senté en una silla un poco escorada desde la que medio se veía la pantalla y desde ahí atendía de vez en cuando las evoluciones del juego y me entretenía, para pasar el rato, en mirar las caras de los telespectadores, de los hinchas. Frente al sitio en el que yo estaba sentado, en la pared, había un bajorrelieve de pésimo gusto, en el mismo estilo de la escultura que hay a la salida del desolladero de Las Ventas, acaso del mismo autor, que representaba, como aquélla, un encierro con sus garrochistas, sus cabestros y sus toros.

Pensé, mirando esa composición tan desafortunada, que hoy día no hay corrida de toros que sea capaz de llevar a la calle a la cantidad de gente que este insustancial partido de fútbol había puesto ayer en las tabernas, ni torero que sea capaz despertar las pasiones que ese juego de habilidad y de regate es capaz de despertar. Acaso eso funcione porque el hombre contemporáneo necesite de banderías, de facciones a las que apuntarse y que, a falta de otra cosa que echarse a la boca, ponga sus ilusiones épicas sobre un club de fútbol pensando que es algo más que eso.

‘Yo soy del que lo hace’ decimos tantas veces en los toros para significar que no somos de nadie, pues por encima de las personas, de los toreros, está la sujeción a las normas del arte y el perseguir que las cosas se hagan con torería, que el toreo está por encima de los toreros como personas individuales. De vuelta a casa, mientras el chiquillo me explicaba vehementemente sus razones y clamaba contra los agravios de que había sido objeto su amado club, me di cuenta de que su afición al fútbol -y me temo que esto le pasa a casi todo el mundo- es totalmente distinta de mi afición a los toros, porque a él lo único que le gusta del fútbol es que gane su Madrid.


Martínez y Robinson, los humoristas de pega
(Culés)