El martes se presentó un número de la revista Rolde dedicado íntegramente a Félix Romeo. Hemos colaborado en él decenas de amigos de Félix. Yo he escrito un texto y he ilustrado la portada con un retrato de Félix a la acuarela.
A lo largo de las páginas se glosan distintos aspectos de Félix que componen una suerte de retrato coral. Pero hay una particularidad muy notable de Félix que todos nos hemos autocensurado. Y es ésta: Félix montaba unas broncas monumentales. Todos sus amigos hemos asistido a centenares de ellas. Todos los que le hemos glosado lo sabíamos y ninguno hemos escrito al respecto. Es una especie de pudor colectivo.
Cavilo que no puede ser que algo tan notorio de una personalidad como la de Félix quede sin reseñar. Y me pongo a ello:
Felix montaba los “pollos” más atrabiliarios que quepa imaginar. Él era un intelectual pero, paradójicamente, no era un “niño bien”, ni lo quería parecer, por lo que se sentía libre de las “buenas maneras” de las “elites” de la cultura. Detestaba la impostura y el abuso de poder hasta límites que le hacían explotar en cualquier momento y lugar. La última vez que nos vimos, en plena Plaza de España de Zaragoza, tras una inauguración, montó una monumental.
Las broncas de Félix tenían vida propia. Podían empezar por cualquier opinión o actitud que a él le pareciese injusta o equivocada. Comenzaban por un debate más o menos civilizado. Sus argumentos siempre eran originales y bien fundamentados, por lo que a menudo el contrincante, abrumado, trataba de descalificar a Félix acusándole de “facha” o algún calificativo peyorativo socialdemócrata similar: como “homófobo” o “machista”. Y ese era el punto de no retorno. Era como el increíble Hulk: se volvía verde y enorme, y empezaba a concadenar invectivas de una violencia inusitada en una mesa de supuestos intelectuales, pero bastante normal en cualquier bar de cualquier barrio de España discuntiendo sobre cualquier banalidad futbolera.
El noventa por ciento de las broncas que le he visto montar se las tenían bien merecidas los que las recibieron. La mayoría se originaron por posturas pedantes o discriminadoras de los abroncados con gente a la que Félix apreciaba. Es el modo normal de funcionamiento de las pandillas de los barrios pero trasladado a cenáculos intelectuales y/o artísticos. Y es que Félix no creía necesario aparentar que no se era de barrio imitando las “maneras” aprendidas en manuales de urbanidad progresista.
Dicho queda.