Trosky pasado por el piolet
Pedro Ampudia
La imagen de Casillas vestido de negro saltando al césped del Bernabéu con la cabeza agachada y mirando al suelo no presagiaba nada bueno. No imagino a Fernando Hierro ni a Raúl abriendo la fila hacia la batalla con la resignación y la derrota dibujadas en el rostro. Escribió Balzac que la resignación es un suicidio cotidiano y no nos cabe duda de que tenía razón, visto lo visto en los últimos clásicos. En la expresión corporal y gestual de muchos jugadores madridistas observamos su rendición sin ambages al fatum y en ese fatalismo se explica todo. Alguien debería recordar a estos pusilánimes la sentencia de William Shakespeare, "el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos". Podrá Mourinho cambiar los hombres y el sistema, pero dará lo mismo, la única manera de acabar con este ciclo insufrible sería inducir a la amnesia a unos cuantos.
El madridismo vive desde la llegada de Mourinho en la controversia bolchevique del derrotismo revolucionario. Las filas de los leninistas que desean la derrota del Madrid engordan tras cada clásico, pero su revolución busca algo tan poco revolucionario como situar a un Michel en el banquillo. Los voceros del señorío desean en el banquillo del Madrid al jugador que más gravemente insultó al público del Bernabéu en toda su historia abandonando el campo antes de tiempo. Mourinho es el zar Nicolás II y piensa el leninismo pipero que las derrotas del Madrid precipitarán su caída y la de su imperio. El agit-prop se perpetra por igual en las redacciones de la gauche divine y en los salones del Txistu donde se mezcla el olor a chuletón con los efluvios de Varón Dandy. Andan buscando un Ramón Mercader y Palomar ha comprado ya un piolet en e-Bay para asesinar al Trosky que algunos madridistas llevamos dentro.
Marcó Cristiano, del que dicen que siempre se arruga en las grandes citas, y Casillas volvió a demostrar que es un gran portero de balonmano. Marcaron Puyol y luego Abidal, que lo celebró disparando a la grada como un nigga de Baltimore a las órdenes de Stringer Bell. Tras eso, viajamos de vuelta a Punxsutawney donde nos despertamos otra vez en medio de un rondo en el que Xavi Hernández es la marmota, Xabi Alonso es Phil Connors y los silbidos del Bernabéu nos suenan al "i've got you, babe" de Sonny & Cher.
En La Vida por Delante
La imagen de Casillas vestido de negro saltando al césped del Bernabéu con la cabeza agachada y mirando al suelo no presagiaba nada bueno. No imagino a Fernando Hierro ni a Raúl abriendo la fila hacia la batalla con la resignación y la derrota dibujadas en el rostro. Escribió Balzac que la resignación es un suicidio cotidiano y no nos cabe duda de que tenía razón, visto lo visto en los últimos clásicos. En la expresión corporal y gestual de muchos jugadores madridistas observamos su rendición sin ambages al fatum y en ese fatalismo se explica todo. Alguien debería recordar a estos pusilánimes la sentencia de William Shakespeare, "el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos". Podrá Mourinho cambiar los hombres y el sistema, pero dará lo mismo, la única manera de acabar con este ciclo insufrible sería inducir a la amnesia a unos cuantos.
El madridismo vive desde la llegada de Mourinho en la controversia bolchevique del derrotismo revolucionario. Las filas de los leninistas que desean la derrota del Madrid engordan tras cada clásico, pero su revolución busca algo tan poco revolucionario como situar a un Michel en el banquillo. Los voceros del señorío desean en el banquillo del Madrid al jugador que más gravemente insultó al público del Bernabéu en toda su historia abandonando el campo antes de tiempo. Mourinho es el zar Nicolás II y piensa el leninismo pipero que las derrotas del Madrid precipitarán su caída y la de su imperio. El agit-prop se perpetra por igual en las redacciones de la gauche divine y en los salones del Txistu donde se mezcla el olor a chuletón con los efluvios de Varón Dandy. Andan buscando un Ramón Mercader y Palomar ha comprado ya un piolet en e-Bay para asesinar al Trosky que algunos madridistas llevamos dentro.
Marcó Cristiano, del que dicen que siempre se arruga en las grandes citas, y Casillas volvió a demostrar que es un gran portero de balonmano. Marcaron Puyol y luego Abidal, que lo celebró disparando a la grada como un nigga de Baltimore a las órdenes de Stringer Bell. Tras eso, viajamos de vuelta a Punxsutawney donde nos despertamos otra vez en medio de un rondo en el que Xavi Hernández es la marmota, Xabi Alonso es Phil Connors y los silbidos del Bernabéu nos suenan al "i've got you, babe" de Sonny & Cher.
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