lunes, 9 de enero de 2012

Dotes de mando en los toros

Joaquín Vidal


En los toros, para ser figura hay que mandar.
Y Fulano no manda nada. Y si manda, aquí no se ha recibido.
Curro Fetén


José Ramón Márquez


Periodismo de investigación lo llaman. El watergate en el Washington Post, el Gal en El Mundo y ahora el roneo de PJC a Matilla en los blogs. Grave suceso. Sin embargo, hay algo que hace a este tercer caso algo distinto de los anteriores.

‘Perro no come perro’ dicen los columnistas muy a menudo para significar que entre los del oficio hay una omertá que impide atacarse por debajo de la línea de flotación. Sin embargo, aquí, ahora, para que florezca el periodismo de investigación, perro se pega un atracón de perro sin ton ni son, para que resplandezca la verdad, para descubrir a los malvados, para preservar el bello oficio del plumilla frente a las cosas feas que hay en el mundo.

Por un fax sustraído de la casa Matilla por las manos de algún agente secreto, Anacleto, o espía, probablemente del Mosad, hemos tenido acceso a la impar exclusiva de unas demandas que le envía un periodista a un muñidor para ver como van ciertos asuntillos relacionados con pagos, entradas y demás. Nada nuevo. En la facultad enseñaban que noticia es cuando un hombre se come a un cocodrilo, nunca lo contrario. En los toros la demanda perenne ha sido la moneda de cambio desde tiempos inmemoriales. Unos piden unas entradas para llevar a los toros a su madre, otros piden un almuerzo con percebes, otros la entrada de un piso, aquellos un utrero para un pariente que quiere ser torero, estos la pasta en un sobre en billetes pequeños y de numeración no correlativa y así es probablemente desde que el mundillo es mundillo. Cada cual tiene sus cosas, pero en un sentido extremo casi se podría decir que apenas hay nadie en el mundillo que esté libre de pecado. Hacerse ahora de nuevas respecto a esta cuestión es lo mismo que si una de las señoritas tan hermosas que prestan sus servicios profesionales en el Hot se asustase ante la contemplación de la fotografía de un hombre en cueros, haciéndose la damisela. Puro cinismo.

Cuando éramos niños, sólo había una televisión y aún no sabíamos quién era don Gregorio Corrochano, y ya hubo un turbio asunto en la TVE con el crítico oficial de la cosa taurina. Un cese fulminante, se decía entonces. Luego la vida nos ha ido poniendo en el camino ante muchísimos otros que han transitado por esa tortuosa senda que lleva a algunos a tratar de mejorar un poco los ingresos vendiendo sus adjetivos a un postor, ni siquiera el mejor. De entre los que han practicado esta consuetudinaria costumbre muchos están muertos y por ello sus nombres no deben ser puestos aquí, y de los vivos ahí están, que con verlos, oírlos y leerlos ya se les hace el retrato robot.

Si acaso me viese forzado, por vaya usted a saber qué causa, a tener que poner la mano en el fuego por algún revistero, yo creo que sólo haría tal tontería por Joaquín Vidal, pero a fin de cuentas Vidal nunca fue un crítico: fue un aficionado que escribía sus cosas de toros, más o menos como los que nos vamos encontrando en estas bitácoras.