Ayer recibí una llamada:
-¿Pepe Cerdá?
-Sí, soy yo.
-Le llamo de Aragón Radio hemos pensado en usted para que forme parte de una tertulia cultural los jueves a las ocho y media de la mañana.
-¡Ah, pues muchas gracias!
-Mañana mismo empezamos, la radio es así.
-¿Mañana?, un poco rápido… Bueno si no me acuesto muy tarde procuraré ir.
-No le oigo bien, no hay buena cobertura, se corta…¿Mañana viene?
-Sí, sí, mañana…
Y se cortó.
Ya me han vuelto a liar, pensé, pero como ya está en las librerías el libro que sobre mí ha escrito Julio José Ordovás y el especial de la revista Rolde sobre Félix Romeo puedo aprovechar para hablar sobre estas publicaciones, seguí pensando.
Supuse que de dinero no iban a hablar, aún a pesar de que el que yo participe se podría considerar desde el punto de vista fiscal como una donación, que estaría gravada con el siete por ciento, por lo que mi sociedad debería ingresar el siete por ciento de los ingresos que mi empresa debería percibir por mi participación como tertuliano en la radio. Máxime siendo una radio pública, como es el caso. Lo supuse por suponer, porque yo ya sabía que no iba a haber un duro para los únicos que no tienen apuntado lo que van a decir, para los que no se saben las preguntas de antemano: para los invitados. En realidad fue una lucubración tan absurda como punible, como casi todas las referentes a la fiscalidad de los autónomos y empresas. Absurdas y punibles.
Aún a pesar de haberme acostado tarde y con una moderada ingesta de lenitivos hipercalóricos (vulgo: gintonics) a las ocho y cuarto de la mañana me sorprendía entrando en el magno edificio de la radio y la televisión públicas de Aragón. Tras pedirme el número del carnet de identidad me han dirigido a una especie de pecera, donde ya estaba Julio Cristellys, escritor aragonés, hojeando los periódicos. Y allí me han dejado. Yo llevaba conmigo un ejemplar del libro de Julio José Ordovás y otro de la revista Rolde. Se los he enseñado a Julio Cristellys y le he propuesto que hablásemos un poco sobre estas publicaciones recién salidas. Me ha dicho que ya tenía ambas y le ha parecido estupendo.
En estas estábamos cuando una persona viene y nos dice:
-Vamos, vamos…
Y sin más se nos introduce, conminándonos a guardar silencio, en el estudio donde se está emitiendo. En él dos locutores, un chico y una chica, cantan alternadamente los titulares del día. Titulares que leen en un folio levantado a la altura de los ojos. Un poco a la manera de los niños que cantan la lotería pero con cascos y sentados. Con gestos me han indicado mi sitio. En un corte, supongo que para publicidad, el locutor me dice apresuradamente:
-Vais a hablar sobre los presupuestos de la Casa Real.
Da por supuestas tanto nuestra docilidad para obedecer como que tenemos que tener una opinión formada y original al respecto.
Me da el tiempo justo, antes de ponerse los cascos y hacerle un gesto al técnico de sonido para que entremos en antena, de decirle:
-No me da la gana de hablar de la Casa Real. Yo (parafraseando a Umbral) he venido a hablar de estos libros.
Se los enseño, pero no les hace el menor caso. Sólo atiende al técnico.
Un instante después ya estamos en antena y me hace la primera pregunta:
-Sr. Cerdá ¿cuál es su posición ante los presupuestos que se acaban de hacer públicos de los gastos de la Casa Real?
¡Tiene cojones la cosa!, pienso, ¡qué le acabo de decir!, al tiempo que me oigo desgranado obviedades sobre el costo de la regia institución. Lo hago, supongo, porque soy “más mirao que un luto”, por no cargarme el programa, por respeto a los otros tertulianos... Supongo que más tarde hablaremos de los libros.
Después pregunta por el recorte de los gastos en cultura por parte del gobierno regional y después nos pide que nos pronunciemos sobre una predicción del Obispo de Huesca sobra la devolución en este año que entra de unos bienes en litigio con la diócesis de Lérida.
Mi cabreo ha ido subiendo de tono. Procuro, no sé por qué, que no se note en mis respuestas. Supongo que porque soy de Huesca y cuando me sirven fruta podrida en el mercado me giro para que no se violente el verdulero estafador.
¡Resulta que me han hecho madrugar, ir hasta allí, para que sin cobrar haga de “palmero culto”! Para que salpimente lo que le dé la gana que salpimente al redactor de turno. Por supuesto, improvisando, sin una mínima reunión anterior al programa, y asumiendo gratis todas las consecuencias que mis palabras puedan producir.
Y lo que es más grave: un locutor treintañero, advertido de que no me da la gana de hablar de un determinado asunto me pregunta por él un instante después, con los micrófonos ya abiertos. Con dos cojones.
Nada más terminar la entrevista les he hecho saber a los responsables mi cabreo. Pero me han mirado con la mirada bovina que miran los funcionarios que cobran las multas de tráfico a los que se quejan y ya está.
Les he dicho que no me llamen más (pretendían que fuese dos jueves al mes a las ocho y media, y por la cara). Y si hubiese sido tratado con un poco más de cariño o si hubiese sido verdaderamente una tertulia para hablar de la cultura, y de su subgrupo, las artes, casi seguro que acepto. Pero para hablar de lo que nos dé la gana a los contertulios o a un moderador avisado, en su defecto. Pero no ha sido el caso.
Y es que yo ya voy superando la edad de aguantar preguntas impertinentes.
Dicho queda.