Raya
Francisco Javier Gómez Izquierdo
En cierta ocasión, un individuo que vestía siempre con los pantalones, camisas y chaquetas que se ponen los cazadores cuando no están de caza, me contó cómo entregaba los gramos de cocaína en una cafetería de alto copete en Sevilla. Rafael entraba con El País doblado, se sentaba en la barra, pedía una cruzcampo y media de pulpo y hacía como que leía la última página. Entre la página dos y tres colocaba uno de esos cartones en los que se meten los cedés y cuando se acercaba el cliente concertado soltaba con delicadeza el periódico y pinchaba una tajadilla. El cliente dejaba otro País mirando “p’arriba” y Rafael, después del sorbito de cerveza, se equivocaba de ejemplar, iba al servicio y contaba los billetes colocados también entre las páginas dos y tres.
-Los camareros son mu chivatones ¿sabusté?
En el escandalazo de los Eres ha aparecido la cocaína, pero no consta que haya tenido algo que ver mi conocido Rafael. En ese no enterarse de lo importante entre la policía sevillana, sorprende la soltura de un chófer conocido como “Ministro” al que le llegaban millones de pesetas suponemos que por su cara bonita y el nulo control de la pasta por los barandas de la Junta de Andalucía, que ahora se hacen de nuevas.
Entre el periodismo que está al tanto de los guisos en San Telmo hay una máxima, que uno no sabe hasta qué punto es cierta:
-No hay papel que se mueva sin el conocimiento de Zarrías.
Gaspar Zarrías nació en Jaén y fue futbolista en el Atlético de Madrid. Le han sacado estos días retratado con su paisano Juan Lanzas, aquel sindicalista comisionista con el que empezó este misterio por descubrir, y como quiera que Don Gaspar ya adquirió fama de tramposo votando en el Congreso a dos manos, pudiera ser que tuviera alguna noción de la trama de los Eres. No lo creo, la verdad, pues no puede imaginarse tanta torpeza entre mandos. No puede creerse que un funcionario disponga de un millón de euros para gastarlo en fiestas y cocaína... así lo diga el porquero de Agamenón.
En cierta ocasión, un individuo que vestía siempre con los pantalones, camisas y chaquetas que se ponen los cazadores cuando no están de caza, me contó cómo entregaba los gramos de cocaína en una cafetería de alto copete en Sevilla. Rafael entraba con El País doblado, se sentaba en la barra, pedía una cruzcampo y media de pulpo y hacía como que leía la última página. Entre la página dos y tres colocaba uno de esos cartones en los que se meten los cedés y cuando se acercaba el cliente concertado soltaba con delicadeza el periódico y pinchaba una tajadilla. El cliente dejaba otro País mirando “p’arriba” y Rafael, después del sorbito de cerveza, se equivocaba de ejemplar, iba al servicio y contaba los billetes colocados también entre las páginas dos y tres.
-Los camareros son mu chivatones ¿sabusté?
En el escandalazo de los Eres ha aparecido la cocaína, pero no consta que haya tenido algo que ver mi conocido Rafael. En ese no enterarse de lo importante entre la policía sevillana, sorprende la soltura de un chófer conocido como “Ministro” al que le llegaban millones de pesetas suponemos que por su cara bonita y el nulo control de la pasta por los barandas de la Junta de Andalucía, que ahora se hacen de nuevas.
Entre el periodismo que está al tanto de los guisos en San Telmo hay una máxima, que uno no sabe hasta qué punto es cierta:
-No hay papel que se mueva sin el conocimiento de Zarrías.
Gaspar Zarrías nació en Jaén y fue futbolista en el Atlético de Madrid. Le han sacado estos días retratado con su paisano Juan Lanzas, aquel sindicalista comisionista con el que empezó este misterio por descubrir, y como quiera que Don Gaspar ya adquirió fama de tramposo votando en el Congreso a dos manos, pudiera ser que tuviera alguna noción de la trama de los Eres. No lo creo, la verdad, pues no puede imaginarse tanta torpeza entre mandos. No puede creerse que un funcionario disponga de un millón de euros para gastarlo en fiestas y cocaína... así lo diga el porquero de Agamenón.
Cocainómanos