Mercado Central, La Habana 1 de Enero de 1959
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Orlando Luis Pardo Lazo
No son siete réplicas del Gigante Matasietes, no. Se trata de siete sapingos salidos directamente del capitalismo cubano.
Es la mañanita aburrida del primero de enero de 1959. En Cuba no ocurre nada. La violencia tendrá que inventársela esa suerte de Armando Calderón que fue Fidel Castro encaramado en su tribuna-tribunal.
A esa hora de aquel jueves inicial, entre el destartalo del mercado de Cuatro Caminos y el oportunismo de siete blancones de la capital cubana, asistimos al primer capítulo de La Comedia Silente.
Tan silente que ni se oyen los disparos de sus pistolistas de retreta republicana. Armas que ellos nunca usarían, después, para reclamar sus derechos secuestrados por el nuevo poder. Al contrario, armas que pronto las usarían para silenciar al resto de la población, a golpes de patíbulos y pelotones.
Pum, pum, pum. Gallo, te maté, gallo.
Los siete parecen bailar, en plena calle, un charlestón tan cheo como el castrismo mismo. Es la típica comepingancia de los cubanos. Esa es nuestra desgracia antropofágica: los peores prevalecen en los predios de nuestra patria.
Por eso de Cuba hay que olvidarse o huir.
En la práctica, huir y olvidarse.
Entre los comepinguitas de este lunes creo distinguir al poeta Eliseo Diego con una pata puesta sobre un sifón o algo, al pintor Wifredo Lam medio cantinfleando con unos pantalones de pata ancha, y hasta al propio Fidel Castro, en sus años del Colegio de Belén o de su cameo medio cobardón cuando el Bogotazo colombiano.
Hay en esta escenita cinematográfica, acaso, otro par de personajes salidos de Pueblo Mocho o, cuando más, de San Nicolás del Peladero.
En Cuba, todos eran alcaldes o asesinos. Sargentos de lo soez. Cabos de la grosería. Comandantes de la comemierdad.
También casi veo a Homero, el carnicero de mi barrio que gritó por décadas “¡llegó el huevo!” cuando llegaban los huevos a Lawton. Y, de paso, imagino a Eliodoro o Heliodoro, el barbero de una infancia cuya ortografía nunca llegué a definir.
Así que pistolitas, ¿no? Yo lo que me cago en el corazón de la madre de todos ustedes, pero con amor.
Es decir, ojalá que vuestro viejo gobierno de difuntos y flores sea eterno en la memoria de cada uno de nuestros siete Matasietes de mentiritas.
El futuro de una Cuba libre depende de no minimizar la materia fecal. La historia como heces fecales. El mojón como memorándum de la cubanidez.
Hay que recordarlo todo de manera radical, para que el pasado sea siempre el pasado y nunca acabe de pasar.
Tiren, cabrones, tiren. Apunten bien.
Con balas o con las aspas de un ventilador. Échenle más mierda a la mierda que fuimos, somos y seremos. De esa coprofilia colectivizada va y sale, alguna vez, por azar, un individuo libre de entre millones de matarifes mudos.
Así sea. Cubansummatum est.