viernes, 6 de octubre de 2023

Novillada de Fuente Ymbro para convalcirntes de la zarzuela de Julián y don Eutimio. Márquez & Moore

 


José Ramón Márquez

 

Tras los vaivenes julianos nos incorporamos a Las Ventas a lo que denominaríamos «la parte seria de la Feria de Otoño» en la que las cosas vuelven a la normalidad y todo el mundo trata de olvidar el gran amañamiento del que fue víctima la Monumental de Las Ventas con la Empresa Plaza 1 y con el malhadado Presidente Eutimio, o «Timi», como le conocen los íntimos, a mayor gloria de Julián el Innecesario, el torero que tras veinticinco años de «figura», sea lo que sea eso, no ha dejado el recuerdo de un lance, de un muletazo, de un adorno, de un volapié… y a la mente solamente viene la cargante insistencia de su carácter «poderoso», publicitada por tierra, mar y aire. Para que se vea claro lo que queremos decir, baste recordar que tal día como hoy se conmemora el X aniversario de la espléndida faena de Manuel Jesús «El Cid» a Berbenero, (sic) número 79, castaño bociblanco de Victoriano del Río, serio y bien armado, la tarde en la que el Toreo -con mayúscula- retornó a la Monumental. Pongamos este espléndido contrapunto del Toreo basado en la verdad, que sería la pura negación del julismo y de los mantras que ha ido poniendo en pie sobre lo que se puede y no se puede hacer, revelada netamente mediante la demostración pública de lo que es la torería, el clasicismo, la naturalidad y el mando, sin paliativos. Recordamos aquella faena de manera vívida, tantos años después, y de Julián de San Blas no nos queda más que la evocación de su «julipié», precisamente en aquella tarde gloriosa en que Cid volvió, una vez más, a fallar a espadas.


Como prueba evidentísima de la vuelta a la normalidad venteña baste con decir que hoy el ganado era de Fuente Ymbro, que es como ese pariente que se viene a pasar unos días a casa y ya aprovecha y se queda dos meses, pues Fuente Ymbro es lo mismo en toro, que un día empezaron a venir para quedarse y ya llevan una pila de años anunciándose tres o cinco tardes por temporada, lo mismo da si toros o novillos. La explicación manida al tema es que «en el campo no hay toros», pero que el señor Gallardo los tiene a porrillo. Cuatro castaños y dos negros mandó don Ricardo desde San José del Valle a los madriles a defender el honor de la divisa verde, con variedad de pesos en la medición del Sistema Métrico Venteño entre los 490 del segundo y los 515 del sexto. En general de interesante comportamiento, con alguna caída extemporánea, sin que esa pueda ser tomada como la principal seña del encierro, bravucones frente a los pencos pese al deleznable tercio de varas que nos ofrecieron los «profesionales» y sacando los pies del tiesto lo justo como para dar emoción a la tarde y algún susto a los novilleros que se pusieron frente a ellos: dos toledanos, que eran Jorge Molina y Guillermo García Pulido, y uno de Zaragoza que era Cristiano Torres.


Jorge Molina nos dio una lección magistral de lo que le han enseñado, ese toreo ajulianado y plúmbeo que produce somnolencia, en el que falla la colocación -lo principal- y se abusa de la ventaja del cite con el pico y demás triquiñuelas manidas. Como es natural cuando el novillo se ponía en movimiento y repetía, hubo gentes que bramaron, acaso pensando que ese dar pases es torear. Tampoco nos vamos a poner duros con el estimable público, porque tenemos la certeza de que una gran mayoría de ellos no habrán visto torear jamás y por ello ese ir y venir les vale perfectamente. Un chico de, pongamos, quince años que hoy tenga veinticinco y que asistiese a la tarde de «El Cid» con Berbenero, a poco que sea un poco espabilado ya pilló una referencia de lo que es torear y a ése ya no le pueden dar gato por liebre, pero ese caso, lamentablemente, nos tememos que no sea lo más común. Tras de mi se sentaban unos chicos extranjeros, de los que uno llevaba tatuada en la pierna derecha la frase «MEMENTO MORI», que aplaudían con furor ese ir y venir del toro que tanto exaspera al aficionado, ignorantes del poco mérito de eso frente al toreo de verdad, el de mandar y cargar la suerte. La tarde de Molina se fue pasando sin que cobrase vuelo alguna de sus dos propuestas, salvo para un vozarrón en el 4 que pegaba unos «oles» que temblaba el Misterio.


García Pulido venía vestido de Antoñete, con aquel terno lila que tanto gustaba al del mechón. No dio el aldabonazo de salida, porque empezó su faena con Tañidero, número 40, con este toreo feista que ahora se estila, pero a medida que se fue centrando con él y tomando confianza la faena fue cobrando vuelo y al final compuso una faena a más en la que sacó a relucir su mano izquierda para componer unos naturales muy estimables, de buena colocación y predisposición. La faena se alargó en demasía y eso hizo que el novillo llegase algo más parado a la parte más interesante de la faena, porque eso de la faena corta y medida no lo deben enseñar en las Escuelas Oficiales de Tauromaquia que proliferan por toda España. Sobre la brevedad de la faena y su «tempo» ahí está Damián Castaño para quien quiera fijarse en él. Muy buen concepto al natural y gusto en los adornos le granjearon los aplausos de la Cátedra, recogiendo una ovación desde el tercio a causa del mal uso del estoque en su primer intento y del aviso que le sonó. Con el sexto, Incapaz, número 146, las cosas no le rodaron tan bien como con el anterior, porque este torete tenía su inteligencia y era menos confiado que su hermano, cosa que se advirtió perfectamente las dos veces que le puso los pitones en la hombrera al torero. Se llevó García Pulido un revolcón y volvió raudo a la cara del novillo sin descomponerse, para acabar con la peste de las bernardinas, esa mendicidad de algún aplauso. Deja cartel y ganas de que le repitan pronto. A ver si los taurinos profesionales no le estropean las cosas buenas que hoy ha mostrado.


Cristiano Torres es el hijo de Ricardo Torres, que es también su apoderado. Fresco, bullidor, muy en novillero y bastante verde, trajo a Madrid sus ganas y su desparpajo, su encimismo y sus deseos de comerse al novillo, que no se comía a nadie. Le dio al novillo la primera arrucina de rodillas que hemos visto en nuestra vida de aficionados y en el transcurso de su faena se llevó una voltereta, pinchó tres veces y luego cobró una buena estocada. Con su segundo, que se movía más que el otro y que tenía menos intenciones, estuvo menos acelerado, aunque acabó con unas indescriptibles manoletinas de rodillas también a la búsqueda del aplauso al precio que fuera. Muy en novillero con ganas. La estocada que le recetó a este Incapaz, número 146, fue muy buena.

 
Presidió sin problemas don José María López Egea.

 

Pulido, de Antoñete

 


Cristiano, de novillero


FIN