viernes, 20 de octubre de 2023

Decapitadores


Castillo y azulejo en Baños de la Encina



Francisco Javier Gómez Izquierdo


      Hará dos o tres años me acerqué a Baños de la Encina, pueblo que llama la atención a los viajeros que circulan por la N-IV poco antes de llegar a Bailén, porque desde la carretera se ve allá a lo lejos un extraordinario castillo de color cobrizo que parece guardar una idílica ladera de casas blancas. El castillo es muy antiguo, de los más ancianos de la Europa. Fue construido durante el califato cordobés en el siglo X por el primero de los Alhakenes, y puesto servidor en el sitio quedé admirado de los usos que ha tenido el interior de la fortaleza y sorprendido del poco personal visitante para tan extraordinario lugar. "Los abuelos de mis abuelos estuvieron aquí enterrados. Sacaron los restos de todos los muertos y los trasladaron al nuevo cementerio, pero debo confesar con un poco de vergüenza que algún descendiente no quiso saber nada de sus ancestros. Luego fue plaza del pueblo y aquí he bailado en las verbenas de las fiestas..." contaba una treintañera que conoce las vicisitudes de su pueblo con la escrupulosidad que tienen todos los amantes de la Historia.

     Pero no es de viajes y geografías de lo que uno quiere hablar sino de la tristeza que me produjo un azulejo que hay a la entrada del castillo de Burgalimar, que así se llama y en el que se ve a un cristiano castellano cautivo entre dos moros ante el mandamás del castillo. "Era de Burgos", apuntó la guía ".. y  dice la leyenda que durante su cautividad enamoró y cristianizó a las dos hijas del gobernador y éste en su fanatismo religioso las puso dos grandes piedras al cuello y las arrojó al río. Al poco surgieron las dos piedras que son aquéllas  que veis y el camino que recorrieron lo conocemos como el sendero de las Dos Hermanas" ¡Claro está! inmediatamente me hice devoto del Doncel Martín y no pude por menos que indignarme por el vandálico acto de un aspirante a verdugo de cimitarra para descabezar no sabe uno si cristianos o castellanos, que son dos categorías que justifican desprecios, odios y crueldades en los nuevos hábitos que va adquiriendo el siglo.

    En estos días de locura en los que resulta que cada vez hay menos personal que distingue el terrorismo de la defensa propia he recordado el azulejo del decapitador anónimo. Ese decapitador orgulloso de odiar ¡vaya usted a saber por dónde andará! que se reproduce al ritmo que van marcando los que nacieron, en teoría, para ser simples notarios de la actualidad.