miércoles, 18 de octubre de 2023

Toreros e hijos

 


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    Tucker Carlson ha puesto los puntos sobre las íes de la doctrina Biden en lo que los cursis llaman “democracia liberal”, al hilo de los enjuagues judiciales de Hunter, el chiquillo de Sleepy Joe, con el aplauso del Periodismo, la rama del Poder encargada de hacer que todo parezca un accidente.


    –Como en la mayor parte del mundo en desarrollo –ha dicho Carlson–, es más seguro ser el hijo del presidente que su oponente.

 
    Lo que pasa es que no todos podemos ser hijos del presidente, y de aquí la preocupación liberal del jefe vascón Otegui por la educación de los hijos: “¿Estamos dispuestos a dejar la educación de nuestros hijos en manos de toreros?”


    La nota de Otegui coincide con la trifulca de Lili, peón de Morante, en la comisaría de Alcalá de Guadaira, acusado de atentar “contra el principio de autoridad” por romperle “la patilla de las gafas” a un agente de la misma, con grandes titulares de prensa, pues en la nueva España todo folletín es “El Sol” de Ortega, que no transigía con la lista de la Lotería ni con las noticias de la fiesta nacional, salvo cuando sobrevenían accidentes laborales a los toreros. El filósofo, sin embargo, escribió para su amigo Domingo Ortega unas famosas notas taurinas, entre las que destacamos, para lo nuestro, la siguiente:


    –El nombre más antiguo de torero que se conoce no ostenta fonética andaluza, sino que es, ¡nada menos!, Zaracondegui


    Que de aquí sacó Juan Cruz Idígoras, un predecesor de Otegui que primero quiso ser torero, su defensa del origen vasco de la fiesta nacional en el diario gubernamental del 89: “La fiesta de los toros es vasca. Los toros son vascos. Los mejores toreros son de origen vasco. Es lo mejor que le pudo pasar a España”.


    Claro que el torero que excita el impostado celo liberalio de Otegui se llama Vicente Barrera y es valenciano. “También es abogado”, dicen sus partidarios, como si ser abogado fuera mejor que ser torero. En la plaza fue tancredista o quietista, ismos maravillosamente ensayados por el José Bergamín del 34 en “La estatua de Don Tancredo”, al recuerdo de Ignacio Sánchez Mejías.


    –Don Tancredo –anota Bergamín– encontró el valor por el camino más corto: por el del miedo.


    El 78 retancredizó a España, cuyos tancredos, que somos todos, tenemos la particularidad, tan española, de querer ganarnos la vida ociosamente; de querer ganarnos la vida sin hacer nada. ¡El senequismo español elevado al cubo! Este senequismo se le hace bola a Otegui, que lo confunde con el maketismo de “la decadente España” de Arana, “la irrisión del mundo entero”. Su manía a los toreros quizás venga de que el chico, fuertote él, tenga más aire de piquero que de torero. Mas el picador es, dice Gecé, un invento de Napoleón y las revoluciones democráticas de América y Francia, que derribaron al Caballero de su Caballo y se lo entregaron, hecho un penco, al antiguo lacayo, para que lo inmolase como un trasunto del Caballero mismo.


    ¿El picador de Zuloaga?

 

[Viernes, 23 de Junio]