Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Vuelve el bozal callejero, ahora voluntario y por el polvo de estrellas saharianas sobre la capital (¿fosfatos? ¿cheques?), como un anticipo del hongo nuclear (“Soy la muerte que destruye los mundos”… decía Oppenheimer).
En los 60, en Burgos, los niños jugábamos primero al toro (de toro hacían los buenazos, y de Cordobés, los malotes) y luego a la guerra civil: aquí los buenazos hacían de nacionales, y los malotes, de milicianos, que debían gritar “¡Viva Rusia!”, como me tocó a mí un día que una vecina lo oyó y me denunció a mi abuela, que me dio una tunda al grito de “¡Rusia… ¡jamás!”, como el libro de Carretero, el Caballero Audaz, subtitulado “Estampas de la pasión de España”, sobre sus tres años de fugitivo de las chekas en Madrid.
–Nunca hay que ser escrupuloso con el medio apropiado para salvarse del destripamiento: al sabio le basta con escapar –escribe Céline, citado por Muray, que vio en el desierto de Kuwait a los soldados iraquíes que se rendían a sus democratizadores con la bandera blanca en una mano y el Corán en la otra, y se sentó a esperar al novelista “que muestre a un personaje de hoy que desarme el odio de sus enemigos agitando ante ellos la ‘Declaración de los Derechos del Hombre’, el permiso de circulación o una factura de abonado a una televisión”.
Me acordé de la tunda de mi abuela al leer que Zuckerberg, la abuela-cyborg que administra los sentimientos mundiales, “permitirá en Faceboock mensajes de odio contra los rusos”, que hará desternillarse de risa a los nihilistas de Dostoyevski en su tumba.
–Why, truly your great Enemy is the Spaniard. He is a natural enemy.
Esta sentencia de Cromwell es para Schmitt, teórico de la enemistad, la irrupción más poderosa de la hostilidad en la Edad Moderna. Más que el “Écrasez l’infâme!” de Voltaire al religioso; y que el odio de Jefferson al inglés; y que el “Matadlos, el juicio del mundo no os preguntará los motivos” de Leist al francés; y que los venablos de Lenin al burgués… ¡Ay, los rusos!
[Miércoles, 16 de Marzo]