Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el teatrillo del Régimen, el Congreso remedó ayer a la Convención que, para tapar el espectáculo de la guillotina, que acababa de decapitar a unas viudas, decretó el traslado del cadáver de Rousseau al Panteón.
Casado llegó, leyó un papel, que era un cucurucho de tópicos crujientes (“pacto constitucional”, “concordia”, “centralidad”, “libertad”, “prosperidad”, todo eso que según él tenemos delante), y fuese, haciendo mutis por el Foro, pelín “Casablanca”, con Sánchez de Capitán Renault (“estabilidad”, “sentido de Estado”, “patriotismo democrático”, fueron las pulguitas de jamón que le preparó Bolaños, que va de Richelieu, aunque los camareros lo confunden con Buenafuente), y de Ingrid Bergman, Montesinos, que tuvo la sensibilidad de acompañarlo entre la niebla.
–El poder –nos dejó escrito quien mejor lo ha estudiado– es un exudado de la coexistencia humana: se instala sobre un individuo como una nube de niebla sobre una parte de la tierra o como una colonia de bacterias sobre una solución.
¿Qué deja Casado? Hojarasca… y a Feijóo, un Trudeau en madreñas para marcar el paso alemán de la Gran Coalición que garantice la Estabilidad para devolver el pastizal prestado, y para las dudas, ver “Bienvenido Mr. Marshall”.
“Tienes que ser de tu época”, decía Daumier, que supo ser exactamente de la suya, pero Ingres replicaba: “¿Y si la época se equivoca?” Casado no pudo ser más de su época, y su época no se equivocó: desterrados los perfiles ideológicos, la palabrería política lo ocupa todo. “¡Mi reino por un decreto!” clamó, como Dios, que siempre es Alemania, manda, en su travesía por el desierto. ¿Qué lo mató? Con Ayuso y Abascal, la agresividad compensatoria del “síndrome del hombre pequeño”.
–Pinzada entre “lo pequeño es bello” y “lo grande es potente”, nuestra mediana realidad está siendo saqueada de noche y repartida de día por la “belleza administrativa” de los nacionalismos gobernantes y la “grandeza financiera” del Banco Central alemán.
Parece escrito para él.
[Jueves, 24 de Febrero]