lunes, 28 de marzo de 2022

Aficiones

 

Celtarras


     Francisco Javier Gómez Izquierdo


       La autoridad gubernativa comenzó a preocuparse por los inciviles comportamientos de los aficionados al fútbol a finales de los 70 y principios de los 80.  ¿Las gradas? parieron los primeros monstruos imitadores de las violencias sudamericanas -argentina sobre todas-, británicas y holandesas. Los júligans españoles empezaron con los Ultrasur y los Boixos Nois, pero poco a poco fuimos viendo que con la tapadera del fútbol, gestionaban sus delitos en una especie de impunidad que en ocasiones llegó a ser escandalosa. Poco a poco, en todos los clubes españoles se fueron formando cuadrillas que alejaron a los tiernos infantes de los estadios por el peligro que los padres detectaban en los "niñatos descerebrados" que peleaban no sólo con las bandas de equipos rivales, sino que incomodaban y agredían a la afición propia.


         Aquellos grupos fueron evolucionando, disimulando y camuflándose hasta estos pestíferos tiempos. No se ha querido evitar que su cerrilismo y tontería haya contagiado a parte de las últimas generaciones cuyo tránsito por la pubertad dura entre diez o quince años, y así, con la pretensión de parecer "la mejor afición de España", de vez en cuando salta en Cádiz, Madrid, Barcelona, Vigo... que la "ejemplar afición" comete desbarres incompatibles con cabezas bien amuebladas.


      En Balaídos, donde al parecer ya no hay "celtarras" por reciente disolución, muchos más vigueses de los soportables por la vergüenza de la ciudad saltaron al campo para "chirrearse" de los aficionados deportivistas que sufrieron una derrota y padecieron una humillación ante el filial del Celta que quedará grabada hasta que en futuros mejores tiempos haya ocasión que permita su resarcimiento a base de las mismas dosis de racismo y parecidas prácticas abusivas. El mal ejemplo de ayer en este Celta B-Deportivo de La Coruña en 2ªB (1ª RFEF se llama ahora) no es anecdótico. Servidor cree que es costumbre muy española odiarse entre vecinos. Los viajeros europeos del siglo XIX lo tienen contado y de la evidencia de los ejemplos no es necesario hacer relación. Los aficionados del Cádiz y el Xerez se odian sin conocimiento y quedan antes de los partidos para liarse a palos. El Granada, el Jaén, este Córdoba de mis amores, hasta el santificado Recre tienen su tropilla de necios que a través de los teléfonos se cita para ir calientes a los partidos si es que van, que a veces pasan los 90 minutos en comisaría. Aquí en Córdoba, hace poco, unos cuantos xerecistas destrozaron establecimientos de la Judería porque "tenían el gusto de dar la nota". Esto de los xerecistas en Córdoba me parece a mí más imitación juliganesca inglesa que lo de ayer en Balaídos. Lo de ayer en Balaídos tiene que ver más con la idiosincrasia española del odio irracional al vecino que con las prácticas británicas derivadas del fútbol y el alcohol. Los Riazor Blues darán que hablar no tardando mucho, pero mañana en Riazor, su terreno, los aficionados gallegos, como el sábado los catalanes en Sarriá, volverán a ser ejemplares, porque el fútbol, le pese a quien le pese, debe seguir siendo una fiesta.