E. H. Gombrich
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Negarse a entender el régimen que uno obedece, como ocurre en España en todos los ámbitos, conduce a la locura, cuyo instrumento es la palabra. Por eso llamamos populismo a la democracia y democracia no a la demagogia (no hay demagogia donde no hay democracia), sino a la corrupción, que comienza por el lenguaje.
–La Asociación de Bioética de Madrid denuncia que la ley abre la puerta a “eutanasias no solicitadas” –es la noticia de ayer.
¿“Eutanasias no solicitadas”?
Entre bromas y veras, nuestro Nicolás R. Rico hizo suya la “niam-niam theory” de E. H. Gombrich según la cual en las largas noches de invierno los cazadores muertos de hambre permanecían al acecho, mientras sus mandíbulas hacían “ñiam-ñiam” (yo esto lo vi en los sorches canarios que hacían guardia conmigo en Castrillo del Val), y así fue, según Gombrich, como nació la palabra, el habla humana: no para comunicar nada a nadie, sino para engañar al hambre. ¡El primer chicle humano!
–El hombre, el animal ladinamente hominizado, ha sobrevivido gracias a sus instrumentos, el primordial y más valioso de los cuales es la palabra.
El poder de este imperio de la palabra, aclara nuestro ensayista, no se ejerce sobre la naturaleza (“las montañas, en vano solicitadas por el verbo del profeta, nunca vienen”). El imperio y servidumbre de la palabra (aquel “parler c’est agir” de Sartre) es privativo del hombre: proferida por éste, sólo por su prójimo será entendida y atendida, esto es, “obedecida”.
El ideal del poder que tenemos delante es que su palabra sea atendida sin ser entendida, y obra en los medios de comunicación como los nazis en los cruces de las Ardenas, que confundían las señales para volver loco al ejército de Patton.
“Obedecer sin entender” es el objetivo del fenómeno idiotista desatado en España para corromper el idioma que estorba al consenso político, que ha expulsado del lenguaje común todas las voces que expresen algún grado de precisión moral.
De ahí el éxito social de los sacamuelas.
[Jueves, 4 de Marzo]