en la Universidad de Kaohsiung, Taiwan
Los equipos de bajo perfil (pequeños, modestos) que hacen bulto en las divisiones nacionales del fútbol mundial y en las fases de grupo de las competiciones afamadas (Champions), son los equipos que alimentan y mantienen el nivel futbolístico de las estrellas del balompié. ¡Qué bien vienen esos equipos a las figuras consagradas como fray Messi y reverendo Ronaldo (preferentemente)! Ambos se han hinchado a meter goles en las ligas nacionales a, por ejemplo, el Leganés, Elche, Alavés, Osasuna, Huesca, Levante, Getafe o el ¡Crotone!. También a otros equipos del mismo nivel en la competición máxima de la Champions (antiguamente la Copa de Europa, aquella Copa que no tenía la zarandaja de la fase grupos con equipos malos, y sí la necesidad previa de tener que ganar la Liga de la temporada anterior de cada país para poder participar en ella). Etc.
Si no fuera por esos equipos mediocres con talante de jugones, ¡qué sería del fútbol de hoy! Los periodistas de semblante progresista (aquellos que decían, antaño, que el fútbol era alienante, y que más adelante se pusieron a empollarlo —en atracones— para entenderlo, e inmediatamente quisieron transformarlo porque no les iba lo que había de rudo en el juego, ni aquello del choque entre jugadores, ni el roce desabrido, ni la intensidad atosigante, ni el marcaje individual (ahí, la clave), ni tampoco el honor de ganar de los equipos aguerridos, sin posesión de tanto toquecito…). Esos periodistas avanzados, más otros nuevos y bisoños, por edad, que no les queda más remedio que destacar los brillos, ya eternos, de fray Messi y de reverendo Ronaldo; todos esos comentaristas de fútbol que no atienden el ayer, son los que destacan ese hoy de los conjuntos que «juegan extraordinariamente», que dan «un trato exquisito al balón», que «la tocan y la tocan y la vuelven a tocar», que «da gusto verlos jugar», ¡qué maravilla!, pero siempre para salir goleados de manera exquisita y facilitar la maravillosa estadística a las estrellas del balompié, ésas que conservan su prístina juventud (fray Messi y reverendo Ronaldo).
Entre tanto toque, y gol, y estadística, y años, a Messi se le ha puesto cara de fray, en la orden mendicante blaugrana. Por su parte, Ronaldo ha preferido cambiar de familia para ser más querido y reverenciado, en clan italiano. Ni siquiera allí se ha sentido incómodo entre equipos aparentemente sin el mismo gusto por el trato reverencial al esférico como en La Liga española. Ambos (fray Messi y reverendo Ronaldo) viven en mundos maravillosos, entre cómodas defensas en zona (casa de varias puertas), en el dislate de un fútbol donde ningún jugador sabe ya regatear e irse por la banda, ante defensas, las actuales, blandengues.
Me viene a la memoria los tiempos de Amancio y de Ufarte, de Best y de Johnstone. Cuando el regate y la emoción. El marcaje y el desmarque. El irse hacia arriba ante defensas que no dejaban pasar. Un fútbol donde había coraje, categoría personal, quilates porque era obligatorio tener que superar a rivales que lo eran, que no dejaban, que no daban espacios, que miraban al jugador y al balón, al mismo tiempo. Un fútbol de orgullo. Ante un público que cuando había mandanga en el juego se levantaba y se iba.
Nos encontramos en los tiempos finales de fray Messi y de reverendo Ronaldo, donde la inanidad del balón atrás (en lo que hay genios), en un constante y fatigoso ida y vuelta, en un volver a empezar diseñado para espectadores piperos o para, como ha ocurrido, la llegada de una pandemia. El Covid-19. Un fútbol sin público. Un fútbol para periodistas. Un fútbol de entrenamiento. Debido a la ausencia de rigor defensivo, para logro de un espectáculo meramente televisivo.