domingo, 28 de marzo de 2021

Fútbol y honor


Imanol

 

Pepe Campos
 

Kaohsiung / Taiwán

Tengo que admitir que no entiendo el fútbol actual (lo he hablado con otros aficionados de toda la vida y tampoco —me confiesan— lo comprenden): el dichoso pase atrás continuo, la defensa en zona (ningún rigor defensivo), la ausencia de amor propio en los hombres que habitan dentro y fuera de los campos de juego. Hay que reconocer que muchos otros aficionados defienden y entienden lo anterior: un fútbol similar al balonmano, de contenido poco competitivo. Ante esto poco habría que decir. Si bien es necesario comentar un aspecto que llama la atención: después de un 1-6, como le ocurrió a la Real Sociedad en la última jornada de la liga española, tras ese resultado, en buena lógica, deberían encenderse todas las alarmas en dicho equipo: su entrenador, Imanol, debiera replantearse su figura de director técnico y estratégico. ¡A qué aspira este especialista del balompié! ¿A que sus equipos puedan recibir un saco de goles en cualquier partido? ¡Y tan feliz! ¿Cómo le verán sus jugadores? ¿Qué piensan los aficionados de la Real Sociedad de todo este asunto? ¿Y su presidente?

Digamos que no hará tantísimo tiempo, ese marcador hubiera representado la dimisión inmediata del técnico o el cese fulminante del mismo. Hoy en día parece que es un honor perder, en casa, o fuera, da igual que sea sin público, en estos momentos: pues hace sólo dos años también se daban —con público— resultados similares. Es una constante del fútbol de hoy. La tendencia de los equipos actuales parece ser que consiste en prepararse para tocarla mucho, según manifiestan sus entrenadores —que evitan así estudiar al contrario, lo cual es más cómodo—: para disponerse, plácidamente, a perder con los equipos grandes por goleada. Cuantos más goles recibidos por una escuadra que la toca de cine en horizontal y hacia atrás, más elogios recibirá por parte de una prensa maravillada con el buen fútbol (por ejemplo) de la Real Sociedad, o de equipos de su mismo nivel y talante.
 

Un disloque, un deshonor y una táctica que no entiendo para nada. Los equipos pequeños, he pensado siempre, no pueden jugar con el mismo sistema que los equipos grandes. Los grandes, al poseer a los mejores jugadores, se pueden permitir no utilizar el marcaje individual y optar por jugar construyendo desde atrás, y cerrarse con la defensa en zona o robar el balón con aquel achique de espacios que pregonaban Valdano y Cappa (¡voces que todavía nos retumban!), que surgía del fútbol del gran Milán de Arrigo Sacchi. Pero ese Milán se lo podía permitir, sus jugadores sabían adaptarse a los deseos de Sacchi. Un entrenador que después no pudo ejercer dicha táctica en otros equipos. Etc. Luego vinieron Rijkjaard y Guardiola. Podríamos hablar, también, de la última etapa de Luis Aragonés, pero el juego de los equipos de El Zapatones tenía más nervio. Y, desde ahí, surgió en el mundo futbolístico un convencimiento generalizado de querer jugar (juguetear), por parte de todos, a lo grande. Eso ha conducido a esas humillaciones —desde el punto de vista de los viejos aficionados—, a resultados del calado de: 1-6, 7-1 o 0-5, o más. Marcadores que estamos acostumbrados a ver asiduamente en la última década, en partidos sin historia, inanes —no me refiero, claro, al 2-8 del Bayern al Barça—, en partidos que nunca volveríamos a ver, donde los grandes aplastan a los débiles, con el beneplácito y contento de todas las plantillas, de los equipos técnicos, de los cuadros directivos, de las aficiones y de los periodistas acríticos.