Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo dijo Villacís, la Luxemburgo (Rosa, no el gran ducado donde Perico llegó tarde a la contrarreloj) de Ciudadanos:
–Yo no soy de derechas; yo soy liberal.
Y en liberalismo, como en los demás ismos del montón, España sólo da caricatos. Nuestros liberalios son como esos críticos o historiadores del arte que decía Gombrich, cuyos enunciados son metáforas intraducibles, algo completamente emocional, y empleaba el ejemplo del banco:
–En los billetes viejos ponía siempre que se podían cambiar por oro. Con nuestros enunciados, deberíamos siempre poder ir al banco y decir: deme un hecho a cambio.
En la teoría schmittiana del poder, que es la más cruda porque es la más realista, la distinción política es la distinción entre el amigo y el enemigo, pero el liberalio, ese risueño asno de Buridán pillado entre el espíritu y la economía, intenta disolver al enemigo, para los negocios, en simple concurrente, y para lo espiritual, en simple adversario en la discusión, al término de la cual vas al banco a que te cambien la cháchara liberalia por un hecho y lo que te cambian es el sillón, como dicen que en Madrid querían hacerle a Ayuso.
En política no es uno el que escoge al enemigo, sino el enemigo el que lo escoge a uno, y el Consenso ha escogido como enemigo a Ayuso, con lo cual, o cambia Ayuso, o cambia el Consenso, que es bastante burro, como vimos en los lejanos días de la ilusión con Suárez. Va ganando el Consenso, que con el jaleo ve alejarse a su enemigo mayor, la abstención.
Luego está “la Coviz”, con su toque de queda, claro, que obra en Madrid como la faja en Moscú. Margaret Mead asocia al fajado de los bebés rusos una personalidad maníaco-depresiva correspondiente a la alternancia entre represión y libertad: el bebé, en tanto que caricato del votante, experimenta una fuerte sensación de ira al estar fajado, seguida de una súbita sensación de libertad al retirarle la faja. Iván Redondo y Miguel Ángel Rodríguez no son baturros, sino caricatos de Margaret Mead.
[Miércoles, 17 de Marzo]