jueves, 25 de junio de 2020

El Ibex



Kerenski


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Durante el confinamiento la gente ha hecho mucha economía, una de las ramas de la charlatanería, y en la calle todo el mundo te habla ahora del Ibex como antes te hablaba de la paradoja de Arrow.
    
El Ibex (una cabra alpina se llama así) es el acrónimo de la oligarquía española.
    
–Las palabras son colinas. Izquierda y derecha son metáforas. Y nosotros somos el sentido común en una identidad transversal y popular, frente a la oligarquía –cogita Errejón, con nómina de esta oligarquía de partidos a cuya forma de gobierno llama democracia no siendo representativa de la sociedad ni electiva del gobierno ni divisoria del poder estatal.
    
La relación de los errejones con las oligarquías es la de las hormigas con los pulgones, y si cambian la ley de hierro de la oligarquía de Michels por la ley de hierro del sexo de la Hipatia de Galapagar es para que todo siga igual.
    
La oligarquía es el sistema más estable y duradero que se conoce. Para el oligarca, tiene la comodidad de que no hay que dar la cara, salvo en la crisis final. En tiempos prerrevolucionarios como los actuales, “la clase económicamente relevante se convierte en reinante”, como Francia con Laffitte (¡Perregaux, Laffitte et Cie.!) y Rusia con Kerenski.
    
Dispuse la prisión del zar y de su familia. Yo había detestado siempre al zar –dice Kerenski a Chaves Nogales en París–; dije que la única sentencia de muerte que firmaría sería la de Nicolás II.
    
Si hubiera firmado las de Lenin y Trotski, a los que tuvo en sus manos, la historia de Rusia hubiese cambiado radicalmente.
    
No me arrepiento –insiste–. No quise manchar la revolución con sangre.
    
Vive en la miseria periodística en París, oyendo las letrillas bolcheviques: “Toda la noche estuvo Kerenski / llevándose en barcas el oro robado a Rusia, / y cargó tanto la última barca / que se hundió por el mucho peso y lo perdió todo”.
    
La crisis que se nos viene tras la pausa de hidratación veraniega huele más a un Kerenski con mandil que a un Laffitte sin cartera.