Jesús Ibáñez
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En lo que los tenorios del nuevo ozorismo (sí, de Ozores) aprovechaban el confinamiento para saltar los cercados, noveleros y cineros (“escritores y cineurgos”, en pedantería lainesca –sí, de Laín–, porque “¿por qué no decirlo así cuando se dice demiurgo y dramaturgo?”) trabajaban en su Manifiesto de la Reconstrucción de “Estepaís”, para reconstruir sus novelas y sus películas.
–La novela es un arte al que favorecen mucho los tiempos de transición –presumía uno de estos miramelindos cuando lo suyo.
Cien años antes, Dostoyevski, que alguna novela logró sacar adelante, recogía en “Los demonios” su impresión de los tiempos de transición:
–En los tiempos de transición nunca falta esa gentecilla, esa canalla que existe en toda sociedad… Sin saberlo, casi siempre cae bajo el mando de esa caterva de progresistas que operan con un fin determinado, y esa pandilla dirige toda esa basura… De qué a qué va la transición no lo sé, y sin embargo los hombres más despreciables se encimaron de pronto, empezaron a criticar en voz alta todo lo sagrado, cuando antes no se atrevían a abrir la boca, y la gente más principal, que hasta allí tan felizmente había ocupado los puestos de arriba, los escuchaba de pronto en silencio y algunos hasta les reían las gracias…
Volvamos a “la reconstrucción”. ¿En qué consiste? La explicó, en los 70, el sociólogo Jesús Ibáñez, compañero de Julio Cerón en la creación del “Felipe”, impulsado para dar algún mal rato al franquismo. A Ibáñez lo deseó con obstinación el Psoe, y como no se dejó, hala, ostrakón:
–Nada de lo no reflejado en las páginas de “El País” tiene reflejo en la realidad, y los políticos, escritores o intelectuales que no aparecen en él, son expulsados de la realidad. Escribo hasta el agotamiento y nunca la demanda de mí ha sido más intensa. Pero he sido expulsado de la realidad.
Por eso, queridos niños, “el mundo de la cultura” vive abonado a la creencia de que la realidad es una mentira inevitable sobre la verdad.