Hughes
Abc
Una de las cosas más escandalosas de la actualidad es comprobar lo desigualitario que es el igualitarismo progresista a la hora de considerar a los muertos. Es una desigualdad preocupante que desmiente el lema de que las vidas importan. Algunas no importan nada. La última demostración tiene que ver con la histeria del Black Lives Matter.
En 2019, fueron asesinadas por la policía americana nueve personas negras desarmadas. Esto es muy grave, es cierto, pero pongámoslo en relación con los datos del informe anual de Open Doors sobre la persecución anual de cristianos en 2019. Según este informe, más de 4000 personas fueron asesinadas en el mundo por razón de su fe cristiana.
Lo primero, el supuesto racismo sistémico policial americano, ha producido un movimiento planetario en el que participan la mayoría de autoridades y personalidades buscando promover profundos cambios políticos, institucionales y de conciencia, solicitando para ello más poder y medidas. Lo segundo no ha provocado nada. No ha movido a nada. No ha interesado a nadie.
Esta desmesura y desproporción sugiere que, más allá de la natural conmoción, estamos ante un movimiento orquestado que sólo tiene la intención de generar nuevas formas de control social e instrumentos de chantaje y demonización política, así como grupos de población victimizados a los que mantener como clientelas políticas a cambio de consideración sentimental y atraso programado. Los demócratas americanos son el Amazon o la Coca-Cola de ese particular negocio.
Esta desigualdad con los muertos parece algo más que hipocresía. Denota alguna forma profunda de inmoralidad. La selección progresista de sus muertos, de sus causas, nos azota periódicamente. Nos obliga a improvisadas convulsiones sentimentales. Desprecian a unos muertos e ignoran e incluso pierden la solemnidad del luto con otros, lo que no solo es muy poco igualitario, sino también el síntoma de algo desasosegante.