domingo, 28 de junio de 2020

Ciclotimia



Ignacio Ruiz Quintano

La vida es un estado de ánimo, y por eso en el deporte aplaudimos a la tránsfuga Montalvo con la misma pasión que en la política abucheamos a la tránsfuga Bermúdez. Al estado de ánimo ascendente llamarnos euforia, y llamamos depresión al estado de ánimo descendente. De la depresión a la euforia y de la euforia a la depresión sólo hay un paso hacia arriba o hacia abajo, y esta forma extraña de ir por la vida es la expresión de lo que los especialistas diagnostican como ciclotimia, que tiene mucho que ver con la sobra o con la falta de dinero. O sea, con la economía, que, miren por dónde, vuelve a tener la consideración que le dio Marx en sus pesadillas literarias: fuente de que derivan las demás actividades humanas.

Oficialmente, España es hoy un país que nada en dinero y, sin embargo, las encuestas del CIS revelan que la euforia y el pesimismo han desaparecido de la opinión pública. Cuando a esa opinión pública se le pregunta por la situación del país, en vez de cantarle «Macarena» al encuestador, como podía esperarse en un momento de tamaña abundancia, con ese nuevo retoricismo español que huye del tropo hinchado responde: «Regular». Así que, si la fortaleza de un pueblo se mide por su resistencia a la alegría, el español, según las encuestas, es un pueblo cada día menos alegre y, por consiguiente, más fuerte.

Las causas podrían ser el verano o el cura Apeles, uno de cuyos diez mandamientos para triunfar en TV preceptúa no dejarse llevar por la euforia ni el pesimismo ante las cámaras, y no conviene olvidar la influencia intelectual de ese cura en nuestra sociedad, sólo comparable a la que en Inglaterra ejerció el padre Copleston, que se echaba a la cara en las tertulias radiofónicas a los librepensadores más chinches de Albión. En cuanto a la influencia anímica del verano en la cosa económica, ¿qué puede decirse que nunca se haya dicho? Igual que el invierno nos vuelve solidarios, el verano nos vuelve egoístas, como se ve en los constipados y en las quiebras, que en este tiempo no le importan a nadie. El verano genera desconfianza: es la estación que aprovechan los políticos para subir los tipos de interés, la gasolina y el butano, y en los mercados bursátiles cunde tradicionalmente un temor a las crisis estivales, que debilita la renta variable, sin que los economistas den con la solución que contente a todos, divididos, según es fama, en dos bandos irreconciliables: el de los eufóricos, que ven en el milagro económico una victoria definitiva del mercado, y el de los depresivos, que, sin negar la bonanza del instante, ven argucias estadísticas en la descripción del mayor de los misterios económicos, que es el de la productividad. Unos y otros parecen malos actores de sus emociones, y aquí es donde surge la oportunidad de los políticos. Reagan reveló en su día ese secreto: «Durante años he oído la pregunta: "¿Cómo puede un actor ser presidente?" Ahora me digo cómo puedo ser presidente y no ser actor.» Reagan era el comunicador ideal, ya que, como manda el cura Apeles, no se dejaba llevar por la euforia ni el pesimismo, y bastaba una representación suya en TV para que en la Bolsa neoyorquina el invierno cotizara como verano o el verano como invierno. En Europa, este método psicológico recibe el título de Tercera Vía.

La psicología de la Tercera Vía para el tratamiento de la ciclotimia procede de la «República» de Platón, que expuso que el Estado debía imponer un punto de vista optimista acerca del otro mundo, no porque fuese cierto, sino para que los soldados estuvieran más dispuestos a morir en combate. ¿Cuántos inversores estarían hoy dispuestos a jugarse sus ahorros en la Bolsa, si el Estado no impusiera un punto de vista optimista acerca de la economía? Vivimos en la era de la imagen, que cultiva la emoción en detrimento de la razón. Los pensadores aspiran a saber algo de lo que el mundo «es», en contraposición a la que «parece ser», pero, ¿a cuántos pensadores ricos conocen ustedes?


José-Apeles Santolaria de Puey y Cruells, Padre Apeles


Oficialmente, España es hoy un país que nada en dinero y, sin embargo, las encuestas del CIS revelan que la euforia y el pesimismo han desaparecido de la opinión pública. Cuando a esa opinión pública se le pregunta por la situación del país, en vez de cantarle «Macarena» al encuestador, como podía esperarse en un momento de tamaña abundancia, con ese nuevo retoricismo español que huye del tropo hinchado responde: «Regular».