Abascal / Efe
Hughes
Abc
La entrada de Abascal en el debate desniveló, para empezar, el contenido del mismo. Primó la derecha, dominó la derecha, más si consideramos que Sánchez no quiso darle mucho cuartel a Iglesias, que, precisamente, pidió eso, cuarteles. Cómo será el efecto Vox que Iglesias pide cuarteles de la Guardia Civil en los pueblos de España.
La entrada de Abascal en el debate desniveló, para empezar, el contenido del mismo. Primó la derecha, dominó la derecha, más si consideramos que Sánchez no quiso darle mucho cuartel a Iglesias, que, precisamente, pidió eso, cuarteles. Cómo será el efecto Vox que Iglesias pide cuarteles de la Guardia Civil en los pueblos de España.
Primó la derecha, pesó más, y eso es por Abascal, que amplió el debate de lo “decible” hasta extremos inimaginables hace poco tiempo. Se habló más desde la derecha y de la derecha, muchas veces con los rifirrafes entre Casado y Rivera. Casado estuvo bien, aplicado, perdiendo eso sí mucho tiempo en defender la ejecutoria de Rajoy; Rivera en un nivel de efectismo ya casi trumpiano en el sentido de lo cómico, de lo caricasturesco, aunque gaseoso, impreciso y poco central. No es la mole física y poderosa de Trump, sino un apuntador gracioso, un duendecillo con gadgets punteando a un lado y a otro del centro. La seriedad ha dejado a Rivera como nos sucede cuando hablamos mucho, cuando cambiamos mucho, cuando hemos intentado seducirlo todo. Al enzarzarse con Casado, además, se difuminaron los perfiles de los dos partidos, se hicieron poco distinguibles, nebulosos.
Porque, además, al lado estaba Abascal. Y Abascal se presentó a España, eso fue el debate, en el día de la mayor desfachatez retórica de Sánchez, que es plusmarquista europeo. No habló nada de Cataluña (el “raca-raca”), ni de la EPA, ni de la deuda, ni de cuántas naciones hay ni de con quién pactaría o no. Una posición escandalosa que remató con una propuesta de “modificación” del artículo 99 que le dejaría gobernar como lista más votada en una especie de consenso blando que prolongara la informalidad de su, ya sí, ocupación de la Moncloa. Un consenso para que su inconsistencia no tuviera que retratarse y él pudiera prolongar la “gobernanza”. Ante esa gran desfachatez estaba Iglesias, la camisa arrugada y el gesto algo resignado, atento e inteligente en la réplica, pero solo, solísimo, abandonado por Sánchez. Iglesias quedó de sostén de la izquierda y rescató a Sánchez en el debate de la plurinacionalidad, aunque Sánchez volvió a despreciarle inmediatamente.
La postura natural de la izquierda ante el debate sería la desmovilización si no actuara un efecto de supervivencia ante la amenaza de giro copernicano que supone Abascal (Sánchez sólo ofrece antifranquismo y es solo un cínico gestor de realidades sociológicas). Porque Abascal triunfó. Llegó sin corbata, para desencopetarse, para quitarse el postín señorito y aparecer sencillo ante gente que le vería por primera vez. E hizo bien. Dio una cara suavizada de Vox, articulada con claridad, capacidad y tranquilidad retórica y con una firmeza serena. Muy por encima del cinismo de Sánchez (asombrosas sus caras y resoplidos cuando se negaba a contestar y trazaba lo que parecían ser circulitos en su folio), del histrionismo de Rivera e incluso de la seriedad eficiente de Casado. Abascal demostró su cuajo de político hecho, su tranquilidad ante el toro: con el chiringuito (que le echan a la cara los callagúrteles y los calla-eres), con las alusiones de Sánchez y, sobre todo, con Iglesias, ante Iglesias, cuando en uno de los momentos del debate se plantó ante él para negar la Memoria Histórica de la izquierda y, con una apelación a la reconciliación, poner a comunistas y socialistas en su sitio por sus responsabilidades históricas. Eso no lo ha hecho nadie en la España reciente y fue un hito. Un auténtico hito, ejecutado con sobriedad y tranquilidad y sin olvidar, como un tono sonando por lo bajo, la concordia. Hasta llegó a decir que en un primer momento el planteamiento de Zapatero “estaba muy bien”. Era Abascal contra “los odios viejos”. Ahí no había nostalgia, sino superación. Pero no la superación cabeceante y llena de temores de la derecha mandona hasta hoy, sino algo distinto. Una superación firme que cita a Ledesma Ramos, nada menos.
“Sólo los ricos pueden permitirse perder la patria”, dijo. Pero ¿acaso la reciente premio nacional de Literatura no fusiló a Ledesma Ramos en otra novela premiada? (Recomiendo la columna reciente de Ruiz-Quintano al respecto). Es lo que ahora se llama troleo, un juguetón uso de referencias escandalosas que Abascal cita con ánimo casi posmoderno y que supone no tanto una reactivación de esquemas (conquistar el Estado no es necesario, ya está el Estado bien conquistado por los partidos) como la reivindicación de una derecha española más amplia de la permitida recientemente, que es bien poca.
Abascal abre así el debate. Amplia el debate español. Lo inserta además en una corriente europea, mundial, desarrollada, de la que estaba aislada España y que los politólogos se aprestaban esta noche a denominar de ultraderecha, y además insufla vigor a la derecha que ya ganó el debate en tiempo, en tramas y en peso, con un efecto que llega hasta el Iglesias de los cuarteles y de la “patria”. No es sólo que ese nuevo contenido se pudiera escuchar, es que además lo hizo un político estimable que quizás encierre en su talante personal lo mejor de Vox y la propia promesa de no extremosidad del partido. El carácter llano, pero firme de Abascal choca, supera y clausura rebasándolo hoy una etapa “rivereña” de la política. Lo gaseoso pierde sitio hacia una mayor entereza. Se notaba en la forma de cuadrarse de Sánchez al hacer la foto inicial. Había un desafío incluso de fisicidad amenazada.
“Cuando más unidos teníamos que estar”, dijo Abascal, usted nos viene a separar con lo del muerto. ¿Esperaría la gente esa manera? Abascal superó la caricatura que se le había impuesto y se presentó como un político confiable y de talla, muy superior al entorno, y dueño de tonos humanos, cordiales, indulgentes. Cuando Iglesias fue a por él, en el cuerpo a cuerpo más candente de la política española, le puso en su sitio, la herriko taberna, mientras él se colocaba ante ETA. Es decir, en el orden constitucional, democrático y convivencial. ¡Ah, qué decepción en las derechas suaves y mullidas que querían hoy romance de pistolerismo!
“Patriotismo frente al consenso progre”, es decir, una mezcla de pasión moral (¡el estómago!), de alternativa programática y de cierta ruptura contestaria en un debate menos ideológico de lo que se presumiría, aunque no vacío, centrado sobre todo en la crítica a la España autonómica a la que dijo habría que “transformar”. Transformar, ojo. Dejó deslizar alguna cosa más. Se mostró a favor de las diputaciones porque están cerca de lo local, son ese soporte afrancesado y administrativo a nuestra riqueza local, y atacó un instante los nuevos centralismos que la Constitución actual desarrolla. ¿Deslizaba ahí Abascal un entendimiento más rico de una España plural, diversa, una “pluralidad” que ahora tiene hurtada, secuestrada el 78 y su degeneración federalista? Pero fueron solo menciones. Lo que centró a Abascal y vertebró sus intervenciones en lo territorial y en lo económico fue el cuestionamiento del Estado Autonómico.
Además de eso, Abascal fue el único en criticar el lacerante problema de la deuda pública y el único en hablar de Cataluña como un “golpe permanente”. Es decir, que sin dejar de ser un partido en lo constitucional y en el sistema, no calla las realidades y las nombra con crudeza y urgencia “fuera de la caja”. En este sentido, la mirada de Vox, el populismo de Vox, es paradójicamente más realista. Vox no es declaradamente anti78, pero su mirada no participa del optimismo oficial. Hay algo de diagnóstico que la sociedad civil le hace llegar a la necrosada clase política.
En Abascal hubo además una nota social que en él resulta creíble, un cierto tono, aún no del todo estructurado y desarrollado, de orientación social del mensaje. Porque cuando Abascal está peor, o es menos él, es cuando repite el discurso populista europeo, cuando repite mucho lo del extranjero y carga la mano en eso, cuando se suma a la corriente que llaman euroescéptica o repite diagnósticos sobre élites mundiales o se homologa a una nueva internacional derechista. Sin despreciar eso, que tendrá su sitio y su razón, ahí suena más mecánico y menos convicente, también menos seguro. Todo eso es un poco postizo en él. La pasión de Abascal es España y cuando habla de ella, dentro de ella, sus palabras se hacen firmes y por ello más entendibles y seguro que también más comprensivas.