Abc
En lo que España llega a la filosofía de mi paisano Paul B. Preciado, nos quedamos en Ortega, que sitúa el mojón de la ruina patria en el año 20 del reinado de Felipe II, divisoria de los destinos peninsulares.
–Hasta 1576, la Historia de España es ascendente y acumulativa: desde ella hasta nosotros, la Historia de España es decadente y dispersiva.
Ortega se perdió el Mejor Período de Nuestra Historia, que arranca en el 78 y culmina en Lastra y Rufián liquidando los restos del Estado Anacional de Autonomías, una piel de toro que en realidad, como sostenían los clásicos, es de conejo, y de ahí el malestar nacional.
De este malestar nacional vive La Sexta, versión televisiva de “La España negra” de Gutiérrez Solana, pero con Ferreras como viejo de entierro (viejos, escribe Solana, que ya no sirven ni para sostenerse los pantalones, pero que en estos casos tienen un aspecto decorativo y se hacen imprescindibles) salmodiando el adagio del tertuliano: soluciones sencillas para problemas complejos.
Los partidos están al Consenso, que es lo suyo, no a la Nación, que es lo nuestro. El Consenso fuerza al poder político a destruir la realidad de la unidad nacional, pero a los españoles nos fueron otorgadas todas las libertades menos la de elegir a nuestros gobernantes.
Para solucionar la decadencia y dispersión desatadas en 1576, España ha probado todos los métodos (monárquicos, republicanos, dictatoriales), menos el democrático. Aquí nadie sabe ya dónde reside la soberanía, pero ante el poder centrífugo de las Autonomías falta un poder centrípeto nacional: poder ejecutivo (el que tiene la soberanía por el mango) de elección directa y separada, aunque en una sociedad hecha a la servidumbre voluntaria ese método escandaliza como la salud en un hospital.
Bajo el Kulturkampf de La Sexta, el votante ni se plantea qué clase de democracia sea la movida comunista, el gobierno de concentración o la repetición de votaciones hasta que San Juan baje el dedo.