viernes, 22 de noviembre de 2019

Loco por la música




Hughes
Abc

Como vicepresidente in péctore se maneja Pablo Iglesias desde el abrazo con Sánchez, aquella fusión pectoral de una concavidad de izquierdas con otra convexidad de izquierdas mientras el Gobierno mandaba al Rey a Cuba a ser sometido a fotografía bajo el ídolo narcocomunista sin esperar los pasos y formalidades del artículo 99.

Desde entonces, Iglesias, que fue ya visitador de Lledoners, va tricotando alianzas en cuanto le ponen un micrófono. En la Complutense prometió «diálogo» para encarar «el problema de la plurinacionalidad», lo mismo que para rubor general había escrito días antes en «The Guardian».

De un «gobierno-mesa de diálogo» nos puede salvar la propia ERC, negándose, o una sacudida interna del PSOE orquestada por poderes de trastienda que forzara a Sánchez a una concentración con el PP mientras se orilla a Vox, urgencia constitucional para el nuevo novísimo PP, metido a guardián del demoliberalismo de boquilla sin Rivera. Este gobierno de concentración sería un paso más en la crisis institucional (los hilos del régimen serían demasiado visibles) y debería hacer hueco a lo vascocatalán, vía reformas, para guardar las debidas proporciones de reparto establecidas en el 78.

Pero por Iglesias, desde luego, no será, pues Iglesias está loco por la música, algo en lo que no está solo. En el aire, si ustedes prestan atención, se perciben sonidos similares: si escuchan a un pájaro oirán que trina «diálogo, diálogo»; el sonido del viento no es inocente, viene cargado con «refoooormas»; las conversaciones en el bar dejan caer, cual burruños, palabras como «algo habrá que hacer»...

La lista de palabras sospechosas (alerta de timo) aumenta: plurinacionalidad, por supuesto, y diálogo, pero también reformas, pactos de Estado, federalismo (grata a mucho PSOE) o gobernabilidad, que es a lo que España puede aspirar, ya que no a gobierno fuerte, y que exige importantes flexibilidades.

Un gran problema es la creciente desfachatez con la que se empieza a vincular eso que llaman «bloqueo» y la cuestión nacional. Como el artículo 99 no fluye (y se cumple arrastrando los pies), «algo habrá que hacer». De modo que en lugar de modificar los elementos electorales y constitucionales del sistema, garantes del absoluto control de los partidos, España ha de orientarse hacia el falseamiento de lo federativo, hacia las «fórmulas imaginativas» o hacia la concentración mal llamada nacional.