jueves, 3 de agosto de 2017

La Ola


 Marcuse, el pulgón de Habermas



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    España hace con las ideas extrañas lo que Galicia, según Fernández Flórez, con las olas atlánticas: guardarlas en las universidades, que son sus rías, como rehenes del mar, que sería el pensamiento.

    Las universidades españolas son, pues, la reserva de ideas del Occidente como las rías gallegas son la reserva de olas del Atlántico, y todas con el mismo fin: la cría de moluscos.
    
La actual cultura socialdemócrata, esta mezcla de sinvergonzonería y subnormalidad que inhalamos como si fuera gas de los pantanos, es el resultado de la Segunda Ola del posmodernismo, tan bien desglosado por Gustavo Pareja en Santo Domingo de la Calzada.

    En la cresta de la Segunda Ola surfea el Sacamuelas Supremo, Jürgen Habermas, que cuidó de Marcuse como la hormiga del pulgón hasta el último día. Contra las construcciones sociales de las élites dominantes, las construcciones sociales de Marcuse, el emancipador: todos contra la cultura occidental represora.

    Todos, menos los obreros, claro, que esos se echaron a perder en 1914, cuando traicionaron las profecías de Marx. El nuevo proletariado con que dar el tabarrón de la emancipación (vía identidad, igualdad, etcétera) son las minorías. Si la democracia es la ley de la mayoría, la socialdemocracia (con su proverbial oportunismo) es la ley de la minoría, radicalmente antidemocrática, cuyo único enemigo es la libertad.

    En su loca y totalitaria carrera de relativización, que incluye la física (Sandra Harding ve un tratado de violación en las matemáticas de Newton) y la biología, la socialdemocracia declara fuera de la ley el pensamiento, con el pretexto de que hiere a los oprimidos. De aquí su apropiación del lenguaje para ocuparse policialmente de la opinión disidente. El objetivo es “termitear” el idioma hasta vaciarlo de significado. En las universidades americanas, la proporción de profesores socialdemócratas ha pasado en veinte años de 5 por 1 a 28 por 1.

    No acudan a nuestros liberales: están en Bobbio, su Babia.