martes, 29 de agosto de 2017

Se han pasado la vida entre nosotros y nos matan

 Guerra...

Jean Palette-Cazajus

“Se han pasado la vida entre nosotros y nos matan”. Podría ser el título de una tragedia. Es el título de una tragedia. No sé si las señoras del barrio de Ripoll donde se criaron los criminales y que así contestaban al acoso despiadado de la prensa, tenían plena conciencia de cómo habían ido incorporando, sin seguramente planteárselo siquiera, los principios básicos del individualismo occidental posmoderno. El primero de ellos podría expresarse así: Sólo existe alteridad si yo le antepongo mi identidad. Dicho más llanamente: nuestra definición se resume a la más absoluta generosidad. También se ve que estas buenas señoras habían asumido naturalmente un segundo valor, correlativo del primero: sólo mi hostilidad o mi mala voluntad pueden interferir la espontánea predisposición del otro a asimilar mis valores a partir del momento en que decide instalarse entre nosotros. Pero acababan de descubrir la endeblez del gran espejismo europeo.

En el fondo, aquellas señoras volvían a levantar la liebre del desalentador debate sobre la universalidad de los valores occidentales. No es éste el lugar de extraviarnos en tan densa y crucial polémica. En cambio es el lugar y el momento de recordar un universal antropológico: en la historia de las culturas humanas, los únicos valores evidentes han sido siempre los de la propia comunidad. Menos, precisamente, en el caso de la excepcionalidad occidental donde los hemos ido relativizando mediante la racionalidad crítica, la inferencia comparativa y la duda metódica. Razón por la cual las intervenciones en Afganistán o en Oriente Medio deben calificarse de absolutamente premodernas.  Basadas que fueron en la infantil creencia –es un pleonasmo– de que la bondadosa superioridad de nuestros valores iba a resultar “evidente” para “El Otro”. En este caso “El Otro” era musulmán. Es decir un credo particularmente inapto para metabolizar los problemas de alteridad.

 ...y paz
Santa María de Ripoll

François Jullien es un muy interesante filósofo francés, helenista de formación, es decir tan empapado en los fundamentos clásicos que sustentan nuestro asumido universalismo que decidió dedicar todo su esfuerzo intelectual a la búsqueda de una alternativa reflexiva. Se trataba de encontrar una atalaya desde cuya perspectiva otear la propia cultura y revelar aquellas irreductibles particularidades que la excesiva proximidad nos oculta. Lleva casi cuarenta años creyendo haber encontrado tal alteridad y tal atalaya en la cultura china clásica. Es fundamental aquí el adjetivo “clásico”. Jullien considera que la China moderna ha roto con su continuidad cultural. Si me permito este pequeño desvío es porque Jullien cuenta que en su búsqueda de una absoluta exterioridad desde la que pensar Occidente, al principio dudaba si hallarla en la cultura china o en la musulmana. Luego decidió que al fin y al cabo la cultura musulmana no era más que un camino más o menos paralelo a la tradición occidental. Tampoco es el momento de demorarse en sopesar los fundamentos de tal decisión. Tampoco el de saber si su adscripción de la cultura musulmana a la galaxia occidental sigue siendo la misma al día de hoy.
 
 Informe del Instituto Montaigne

El problema del Islam, y sólo cabe ser reduccionista en tan breve reflexión, el que lo hacía inapto para servir los objetivos de François Jullien, es que tiende desde siempre a suplir la complejidad de la diferencia por la simpleza de la confrontación. Por un lado están los creyentes, por otro los “kufar”, los infieles. Es como un motor de dos tiempos, monótono, traqueteante, aburrido pero implacable: “Dar al Islam” la tierra, la casa del Islam; “Dar al Harb”, la casa de la guerra, o sea nuestras tierras, las de los infieles. La obsesión hostil por el descreído, por el infiel, su asignación al horizonte de una alteridad tan absoluta como intolerable, nos obligan a preguntarnos qué sería del monótono vaivén del pistón de dos tiempos en el caso de que la fe musulmana lograse su sueño prosélito y llegase a ser universal. Es decir si desapareciera la necesidad de la confrontación. Sin ese carburante se impondría su natural tendencia al colapso. Ya lo intuimos con el estancamiento histórico  del Islam hasta la segunda mitad del siglo XIX, es decir entre el momento en que no tuvo suficiente energía para seguir conquistando y convirtiendo pueblos y la fatídica e inoportuna irrupción del colonialismo occidental que lo despertó de su letargo. Un trauma histórico de impacto planetario, la trágica partición de la India y la creación de Pakistán, en 1947, tenía que haber alertado a los más obtusos sobre lo que nos esperaba.
 
 Cuando las barbnas de tu vecino...

Cabe pensar que las buenas señoras de Ripoll no tuvieron en cuenta nada de lo anterior. Cabe pensar que tampoco tuvieron en cuenta que los encantadores muchachos marroquíes habían sido circuncidados. Momento ritual y traumático cuya finalidad es inscribir al niño dentro de una comunidad y escribir su diferencia en la crucial seña de identidad del cuerpo masculino. Como no tuvieron en cuenta que aquellos muchachos comían alimentos “halal”, es decir, más que “permitidos”, no prohibidos. A lo largo de los años, la etnología me enseñó cosas muy sugestivas sobre las prescripciones y las prohibiciones alimentarias. Pero al final todo el mundo termina admitiendo que sólo proclaman una opción esencial: “Yo soy yo, no soy como tú, ni quiero serlo”. También es probable que aquellos encantadores muchachos tuvieran relaciones con chicas “infieles”. Forma parte del guión. Son “impúdicas” por naturaleza y es “halal” su uso iniciático y sanitario. Como sabemos, las “hermanas” lo tienen difícil para dejar de ser pudorosas. Son “haram”, prohibidas, para este tipo de juegos. A las hijas de infieles las suele mover la espontaneidad, la ingenuidad, la ceguera y sobre todo la buena fe occidental y desprejuiciada, frecuentemente acompañada por una voluntad militante de negar la problemática interior de sus cameladores. Algunas, como la famosa Tomasa, madre del portavoz hispanófono del Isis y de toda una numerosa prole yihadista, encuentran en las respuestas rotundas y la evaporación de las preguntas  que proporciona la conversión, el asidero para no ahogarse en la mar brava de la vida contemporánea. Ellos, los encantadores muchachos de Ripoll, supieron desde siempre que algún día se casarían dentro del Islam. Cabe que también ignorasen las señoras de buena voluntad que el matrimonio con los no musulmanes está prohibido en todos los países islámicos. En Túnez, país que sobrevive como un islote relativamente liberal en el mar de la regresión dogmática, el actual presidente se ha planteado la posible abrogación de tal prohibición. Ya han salido predicadores para amenazarlo de muerte por apostasía, invocando suras y aleyas del Corán cuales 2.221, 5.5, 60.10 o 32.180. Tampoco sabrían las entrañables marujas que incluso en el cementerio han de quedar separados creyentes e infieles. Resumiendo: los encantadores muchachos ripolleses “vivían entre nosotros” pero no vivían “con” nosotros. Peor todavía, mostraron que vivían sobre todo “contra” nosotros.

Hará ya unos treinta años que la realidad brutal del acontecer histórico hizo que las señoras francesas más o menos equivalentes al modelo ripollés fueran apeándose paulatinamente del burro de la benevolencia integrativa. Por otra parte, en Francia, hace ya mucho tiempo que las comunidades religiosas viven en barriadas y ghettos segregados y confesionales. Siempre llega el político de turno para lamentarse de tal situación. Creo que no cabe dudar de que tal realidad sea mucho más producto de una libre elección comunitaria que de una exclusión padecida. Un “think tank” de indudable seriedad, conocido como el Institut Montaigne, realizó hace exactamente un año una importante radiografía del Islam francés basado en un muestrario de unos 1050 encuestados, cifra que garantiza una buena fiabilidad de los resultados. Mencioné aquel informe en un trabajo casi simultáneo. Creo que los resultados hubiesen sido sensiblemente parecidos en España dada la inexorable monolitización del Islam.
 
 Bouteldja exhibiendo su último panfleto racista

Según la encuesta, había en Francia un 5,6% de población musulmana de nacionalidad francesa, es decir una cifra próxima a los 4 millones. Me parece claro que la encuesta no incluía la numerosa población flotante. Destaca el dato de muy mal agüero que nos advierte que, entre los menores de 25 años, la población musulmana superaba ya el 10% de esa clase de edad. La última palabra siempre la tiene la demografía. La tasa de endogamia étnica y confesional es próxima al 100%. Un 70% de los encuestados come siempre carne halal. Solo un 6% no lo hace nunca. El 65% de los interrogados defendían el uso del velo islámico. El 24% el uso del velo integral. El 33% rechazaban la mixidad en las piscinas. El 40% se consideraban víctimas de un complot mundial anti islámico. 18% es la muy escasa y significativa cifra de los que podemos considerar como plenamente integrados a los valores de la sociedad francesa. El 53% manifiesta su malestar frente a la legislación francesa laica. El 28% (no del 53% sino de la población musulmana total) se pueden considerar radicales y se niegan a que sus valores religiosos queden supeditados a la legislación republicana. ¡Pero entre los menores de 25 años tal categoría alcanza el 50%! Por poco se me olvidaba: el subtítulo del referido Informe era: “Un Islam francés es posible”. Prefiero que me eximan de la necesidad de cualquier comentario.

Todos, empezando por los que compartimos la ingenuidad de creer que nuestro cerebro está amueblado con ideas más o menos elegidas y construidas, todos funcionamos sobre la base de un “kit” intelectual infinitamente más pobre y precario de lo que desearíamos. En el caso del inmigrante básico en Europa, el kit de supervivencia “engramado” en su cerebro consta fundamentalmente de dos ideas contundentes. La primera le dice que, cualquiera que sea el método utilizado, su acceso a Europa quedará legitimado por el derecho sagrado al cobro de su parte alícuota de la deuda colonial, inextinguible por esencia. La segunda idea es que Europa es un continente mítico, un organismo vivo antes que una entidad política, que segrega riqueza por todos sus poros, abusivamente secuestrado y monopolizado por los europeos. Parecen ideas idiotas, pero la idea racional de que la contradictoria riqueza europea es el producto de un larguísimo esfuerzo, histórico, cultural y económico, a la postre precario, con sus luces y sus tinieblas, no lanzaría a nadie mares y desiertos a través. Y caso de que les quedara alguna duda, vemos como una pequeña pero ruidosa minoría sadomasoquista entre nosotros se encarga de convencerles de que sus disparates son absolutamente coherentes y legítimos. El problema es que sus ilusiones desatinadas sobre la vida que les espera en Europa se quedan sistemáticamente frustradas por la realidad. Aquello es el carburante que alimenta otro motor de dos tiempos, el de la máquina arrolladora del resentimiento y de la frustración, una máquina de muerte.
 
 Partido de lo peor

Si éste no fuera ya panorama suficientemente siniestro, resulta que una tercera idea esencial ha venido a completar, a lo largo de los últimos años, el kit inicial. Derivada del continuo reforzamiento demográfico de las comunidades inmigradas y de la observación cotidiana de nuestra indefensión, vulnerabilidad y pasividad. De la discreción y timidez iniciales se va pasando a una actitud directamente revanchista e impositiva. Ya no se trata solamente de rechazar los valores occidentales. En la mayoría de las cabezas está ya definitivamente instalada la perspectiva de imponernos progresivamente los suyos, fundamentalmente los del Islam. No hace tanto tiempo aquello sólo se manifestaba de forma discreta y tácita, exceptuando la impaciencia de algunos predicadores fanáticos incapaces ya de contenerse y seguir disimulando sus propósitos. Ahora aquella gente tiene ya “pignon sur rue” como dice una bonita y explícita expresión francesa. Es decir “fachada a la calle”.

En francés “peor” se dice “pire”. En la pronunciación preceptiva la “e” final es casi muda, menos para los que nos criamos en el sur donde se tiende a pronunciarlo todo. Existe así, desde hace años, un partido que se hace llamar PIR, muy consciente de cómo suenan sus siglas y de lo que vienen a significar. Afortunadamente minoritario, este auténtico “partido de lo peor” cuyas iniciales significan “Partido de los Indígenas de la República” no se recata en proclamar sus intenciones. Las resumiremos como sigue: cuanto más reciente y menos integrativa sea la presencia de un individuo sobre el suelo nacional, más aparece como digno de ser ciudadano de la nueva Francia poscolonial. Cuanta más enraizada y antigua sea la historia de un “francés de toda la vida” más le hará acreedor a quedar estigmatizado en tanto que producto y vehículo del racismo y del colonialismo.  Quedará descalificado de antemano cualquier intento suyo de defender la continuidad de su nación. Dediqué un trabajo hace ya varios meses a la “cabeza pensante”, por decir algo, de esta siniestra tropa, la aterradora francoargelina Houria Bouteldja. Hubo un tiempo en que las ideas políticas francesas irradiaban al mundo entero. Las que acabo de resumir han dejado de irradiar pero sí contaminan. De algún modo estaban presentes en las cabezas de “los encantadores muchachos de Ripoll”. 

Un inciso antes de terminar. Los occidentales sabemos que la “taqiya”, la disimulación, les está permitida a los discípulos del Profeta, particularmente cuando tienen que vivir en tierra de infieles. No le concedemos la importancia que se merece porque la vemos como un recurso cualquiera no especialmente determinante. Una vez más cometemos el error de suponerles una mente calcada sobre la nuestra. Lo que nosotros vemos como una opción, ellos lo viven como una prescripción. La diferencia entre las dos palabras mide el océano cultural que separa la autonomía reflexiva de la heteronomía del dogma. Creo que la “taqiya” suele desempeñar un papel esencial en la sistemática deriva sigilosa de los futuros asesinos mientras siguen llevando una vida aparentemente normal “entre nosotros”. Leo en este preciso instante la información de que Es Satty, el imán de Ripoll, seguía al pie de la letra la cartilla operativa de una secta salafista. Para muestra de tal cartilla, un botón: “La mentira y el disfraz están autorizados si se persigue castigar a los infieles. ¡Acuérdate de que puedes mentir!”

Uno de los pocos artículos de prensa posteriores a los atentados que logró despertar mi interés insistía en la absoluta modernidad de los asesinos. La pereza mental y la rutina siguen llevando mucha gente a considerar los terroristas como monstruos anacrónicos, casi pintorescos, descendientes lejanos de Zegríes y Abencerrajes y a quienes sólo les falta blandir la cimitarra. De hecho la exhiben los decapitadores del Isis. No cabe duda de que si su equipo técnico correspondiera a su circunstancia cognitiva e ideológica, el alfanje sería la única arma a su alcance. Pero el islamismo político y su consecuencia terrorista constituyen efectivamente la manifestación más catastrófica de una forma de “aculturación a la modernidad”. Siempre proclamo mi deuda con muchos de los conceptos políticos desarrollados por Louis Dumont (1911-1998). Cuando hace ya muchos años leí por primera vez sus advertencias sobre las problemáticas consecuencias que acarrearía la aculturación a la modernidad de las sociedades tradicionales, intuí la importancia del concepto pero no acababa de saber cómo llenarlo con contenidos concretos. Hoy su mejor ilustración es la historia de los asesinos de Barcelona. Han incorporado plenamente la autonomía agentiva del individuo moderno y su voluntad de forjarse un destino propio. El caso de las mujeres yihadistas o simplemente integristas es en este sentido particularmente edificante. Por ejemplo las que proclaman que eligen llevar velo “por voluntad propia”. Evidentemente tenemos aquí otra manifestación de la comentada “taqiya”: se trata de reciclar los lemas del discurso político occidental para subvertirlos y vaciarlos de contenido. Pero no solamente. Muchas de estas chicas son sinceras. Están tan penetradas por el discurso individualista occidental que son incapaces de percibir la incoherencia de una proposición que intenta crear una secuencia lógica entre elección y sumisión. Nada mejor que la libre elección de su destino mortífero por los terroristas para entender los mecanismos de tal aculturación: las estructuras de su mente son modernas, los contenidos paleolíticos. Aquella mezcla explosiva devasta las cabezas antes de lacerar nuestras sociedades.
 
 Cimitarra aculturada a la modernidad