miércoles, 9 de agosto de 2017

También era la libertad de expresión




Hughes
Abc

Veo en internet un vídeo de la actriz Ashley Judd denunciando una agresión micromachista. Un empleado le ha dicho “sweetheart” en el aeropuerto. Después leo que en el País Vasco han vetado oficialmente “Despacito” no por los motivos obvios, sino por sexismo. Enciendo la tele y en La Sexta analizan una lista de canciones desde ese mismo punto de vista. Un periodista denuncia el heteropatriarcado de las canciones y pide medidas. Educación, concienciación. Abro Twitter y encuentro referencias al despido por parte de Google del trabajador que hizo un informe sobre la identidad, la igualdad y las políticas de género en la compañía. El ambiente empieza a enrarecerse.
A mí me sorprende la sorpresa y esto me devuelve a un tema recurrente en los últimos meses: la elección de Trump.
 
La campaña de Hillary Clinton se dirigía, no al conjunto de los americanos, sino a los negros, los latinos, las mujeres… Cualquier ser humano sensible se daba cuenta. Era aberrante. Y las referencias al machismo de Trump eran constantes y abusivas. Trump tocaba la fibra patriótica y a veces xenófoba, pero ella despertaba una ridícula guerra de sexos. Eximias periodistas españolas hablaban del retroceso que esperaba a la mujer occidental si ese señor alcanzaba la Casa Blanca. Se consideró fundamental el contenido de una grabación privada sin consentimiento en la que decía lo del “pussy”. Los testimonios de decenas de mujeres en contra no se reproducían. Un machista, decían, no puede ser presidente. Ni hablar de JFK, claro.
 
Lo del “grab them by the pussy” no era su expresión más feliz, pero ¿esa histeria estaba justificada? Si uno era capaz de sobreponerse al prejuicio, algo de Trump resultaba muy refrescante. Su lenguaje era distinto, anterior, intraducible por los politizados códigos de los medios de comunicación. Era el elefante en una cacharrería de corrección política. Parecía un defecto, pero también un valor: Trump impugnaba el cierre perfecto de la corrección política occidental. De Obama a Clinton, fin de la discusión, con los republicanos americanos convertidos en una voz minoritaria y religiosa, pacata y restringida. Ni hablar en el resto del mundo occidental. Un consenso perfecto recorrería el mundo con la única objeción de Putin, perpetuado como El Otro, Lo Otro a lo que dirigir todos los misiles.

Ahora leo a mucha gente denunciando el creciente cerco a la libertad de expresión. ¿Se sorprenden ahora? La libertad de expresión era lo que estaba en juego en esa campaña. Una de tantas cosas. ¿Imaginan el mundo actual con Hillary Clinton? ¿El rodillo biempensante? Parte de Sudamérica narcobolivariana, Trudeau y Clinton, la UE de la Merkel y el papa Francisco. Milo era expulsado de Berkeley (algun insigne columnista lo aplaudía) y Ann Coulter prohibida. Y les parecía bien. Si uno protestaba era Alt-Right. Ellos callaban.

Los liberales americanos (los progres españoles, los laboristas británicos) defendían la libertad de expresión en tiempos del Macartismo. Querían que el discurso comunista pudiera defenderse. La libertad de expresión debía ser ilimitada. Ahora no, ahora se restringe a un marco ideológico indiscutible. Es ingenuo considerar esto como un problema de las redes sociales, de Twitter. Obviamente, refuerza algunos, digamos, mecanismos, pero es un asunto mayor. Las ideas se acortan, se reducen. El margen de lo pensable es menor y lo que puede decirse se resiente aún más. El consenso socialdemócrata-liberal apoyado en la izquierda del género y la raza modifica el lenguaje.
El lenguaje es controlado políticamente, se traslada a jueces y a medios de comunicación por una policía que todavía está semiformalizada. Y cabe recalcar lo del todavía.
 
Muchos lectores y periodistas que protestan ahora en España contra los excesos de la corrección política identitaria o igualitarista usan herramientas, se informan en sitios, atienden a una red de personas y reaccionan a unos problemas que se formaron o articularon en la campaña electoral americana. Son anti trump (y me parece perfecto que lo sean), pero quizás ahora empiecen a darse cuenta de que una de las cosas que movilizó esa campaña fue la reacción al sesgo identitario en el espacio público, en los campus y en los medios. La cuestión en parte iba de eso. No de arrasar los Taco Bell con antorchas encendidas cantando canciones country. ¿Se imaginan la velocidad con que ciertas censuras se extenderían en el mundo si Hillary Clinton estuviese en el gobierno? Me parece que parte de la “resistencia” a la extensión de esa nueva homogeneidad se formó o se expresó mejor en tiempos de la campaña electoral americana. Va llegando ahora a España. Y pronto (estoy seguro), los que ayer éramos horribles trumpianos recibiremos bonitas lecciones al respecto. Es ley de vida.
 
En resumen (y perdón por la extensión): el trumpismo, o más que el trumpismo, la oportunidad, la circunstancia de Trump, activó y puso en contacto ciertas resistencias al rodillo de la corrección política. Es justo reconocerlo.