Peter Sloterdijk
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Hubo un tiempo en que el cómico Imanol Arias intentaba convencernos de que tributar es un acto de amor.
Y es que el pago de impuestos, como el perdón de los pecados, puede obedecer a la atrición, o temor al César, o a la contrición, o amor al César.
En Alemania, locomotora de esta socialdemocracia europea en que las oligarquías se meriendan a unas clases medias que carecen de representación política, el filósofo Peter Sloterdijk planteó este asunto en un folleto provocativo, “Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana” (una vuelta de tuerca socialdemócrata al discurso sobre la servidumbre voluntaria de Étienne de La Boétie), sin más respuesta que la sonrisa sardónica del Estado de partidos.
En el Estado de partidos la única función de los partidos es la extracción de impuestos con que mantener tan terne al Estado al que chulean. Sólo se diferencian entre sí por la forma de amenizar la extracción: igual que en la calle hay mendigos con perro, con cartel, con labia o con pústulas para mover a la conmiseración, los partidos estatales se introducen en nuestros bolsillos por medio de la promesa, la amenaza, la chapa o el engaño.
Tendremos en el rebaño la Generación Mejor Preparada de la Historia, pero yo la cambiaba ahora mismo por la partida de paletos de las Trece Colonias que al grito de “No taxation without representation” alumbraron la única revolución democrática que hemos conocido.
La verdad es que, desde la derrota del absolutismo entonces, todo han sido revoluciones para volver al Antiguo Régimen… o más allá, pues cualquier mindundi de la burocracia de Bruselas puede meter sus manos en tus bolsillos, mientras que el pobre Luis XVI, para rascar la calderilla, tuvo que convocar a los Estados Generales, con la que le liaron.
–¡Fiscalistas de todas las naciones, no dejéis que os engañen a la hora de tomar! –dice Sloterdijk que es la divisa de nuestra Internacional (veteroleninista y paleomaoísta) de bienintencionados.