Abc
Perder el ingreso a la Gloria por un gol en fuera de juego y dos penaltis contra los palos es para comer cerillas, y como no hay cerillas para todos los que esta vez iban con el Atlético, recurriremos a los libros de autoayuda de John Allen Paulos, “el matemático más ingenioso del mundo”, para explicar con números el milagro madridista de Milán a los dos años exactos del de Lisboa.
J. A. Paulos estudia al hombre anumérico, u hombre incapacitado para manejar cómodamente los conceptos fundamentales de número y azar, es decir, el hincha atlético. El anumerismo lleva a la creencia en la seudociencia, cuya interrelación estudia nuestro ensayista.
–Supongamos –nos dice J. A. Paulos– que el relato de Shakespeare es exacto y que César dijo “Tú también, Bruto” antes de expirar. ¿Cuál es la probabilidad de que hayas inhalado por lo menos una de las moléculas que exhaló César en su último suspiro? La respuesta es sorprendentemente alta: más del 99 por ciento.
Como la oncena del Madrid.
De haber tenido esto en cuenta, y tratándose de la Copa de Europa y el Real Madrid, ningún atlético hubiera viajado a Milán. Pero viajaron muchos, si bien los más fatalistas (conozco a algunos) lo hicieron, después de haber sufrido lo de Lisboa, como aquel tipo (la historia también es de J. A. Paulos) que viajaba mucho y vivía preocupado por la posibilidad de que hubiera una bomba en su avión: calculó la probabilidad de que fuera así y, aunque ésta era baja, no lo era lo suficiente para dejarlo tranquilo.
–Desde entonces lleva siempre una bomba en la maleta. Según él, la probabilidad de que haya dos bombas a bordo es infinitesimal.
¡Y esa probabilidad infinitesimal les tocó a los atléticos!
Lo que mejor ejemplifica la pesadilla milanesa de los atléticos es la leyenda del hombre del albornoz verde: un recién casado, de viaje de bodas en Las Vegas, se despierta a media noche y observa que en la mesilla hay una ficha de cinco dólares; incapaz de dormir, se viste su albornoz verde y marcha al casino, apuesta a la ruleta y gana. Apuesta muchas veces al mismo número, y gana y gana hasta que el casino se niega a aceptar una apuesta tan elevada. El hombre va a otro casino, vuelve a ganar y se encuentra con cientos de millones de dólares. Decide apostarlo todo a un número. Y pierde. Aturdido, llega a su habitación, y su esposa le pregunta cómo le ha ido:
–No ha ido del todo mal. He perdido cinco dólares.
¿Por qué el Atlético consintió apostarlo todo a la tómbola de los penaltis, si sabía que Juanfran tiraría al palo, una cosa que en el fútbol sólo ha estado al alcance de Cruyff, aunque él lo hacía aposta y para evitar conflictos de orden público, como en Burgos, cuando el penalti del árbitro Fernández Quirós?
El baño táctico de Simeone a Zidane en Milán llegó a ser espectacular, pero el Madrid, metido entre las faldas de Casemiro (¡todos los cisnes cobijados en el pato feo!), se llevó su undécima Copa: es el único equipo europeo cuyos futbolistas podrían salir al Bernabéu como Bárbara Rey (y luego Norma Duval) salía en el Lido de los 70: desnudos y cada uno metido en su copa, aunque ni Lucas Vázquez ni Bale (¡ni Cristiano!) puedan competir en piernas con María García García o Purificación Martín Aguilera de “Una noche bárbara”. Como la de Milán.
Sergio Ramos metió el gol, arriesgó un penalti con la mano, hizo una entrada de expulsión y salió elegido mejor jugador de la final, por delante de Casemiro, que fue quien evitó el Waterloo del Madrid en Milán. Pero Ramos tiene prensa (de mejor central del mundo ha pasado a mejor central de la historia, y, aunque físicamente recuerde al Stalin seminarista, algún rapsoda lo confunde con Gramsci), y Casemiro, no, aunque empiezan a fijarse en él los Píndaros que asoman tras las victorias como los caracoles tras los nublos. A primeros de año, en Casemiro, que es feo (ese cierto aire a Claude Akins, el camionero de “En ruta”, cuando al madridismo oficial llega, qué pereza, Richard Gere), sólo confiaban Benítez y Hughes, pues el piperío sabía que lo trajo Mourinho y sólo tenía elogios para la “fiabilidad alemana” de Kroos.