El patio de Martín de Roa
Ekeng en el Córdoba
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Córdoba lleva salpicando todos los telediarios de los últimos mayos con un exceso de flores, luz, montilla y salmorejo, y a fuerza del anual recordatorio se organizan viajes de un día desde las provincias limítrofes, mientras que gentes de tierras más lejanas se conciertan para visitar al amigo cordobés y de paso conocer esos patios que tan frondosos lucen en la tele.
Córdoba lleva salpicando todos los telediarios de los últimos mayos con un exceso de flores, luz, montilla y salmorejo, y a fuerza del anual recordatorio se organizan viajes de un día desde las provincias limítrofes, mientras que gentes de tierras más lejanas se conciertan para visitar al amigo cordobés y de paso conocer esos patios que tan frondosos lucen en la tele.
Este año tengo ocupadas casi todas las fechas que me deja libres la mina y con mucho gusto y alegría recorro con amigos y parientes rincones y callejuelas que siempre me han llamado la atención y que considero más dignos de ver que la zona de San Basilio, donde las muchedumbres bajan de los autobuses y tras un paraguas rosa o azul hacen colas, para un servidor escandalosas, en la confluencia con Martín de Roa con ese patio que se usa ya para ingeniar chistes.
El bulle-bulle que me tiene tan entretenido no me permite atender otros menesteres, pero cuando ayer muy de mañana me contaron la muerte de Ekeng, no pude dejar de acordarme de esas pascuas marzales que con tanto acierto bautizaron los pelendones de la Demanda. ¿Cómo puede morir así un chaval?
La primera vez que vi jugar a Ekeng me pareció un portento físico, la segunda lo vi desaplicado y luego ya en cada partido iba cometiendo despropósitos injustificables en un profesional. Arrebatos que costaban expulsiones, entradas de karateca, discusiones en los entrenamientos... Vivió un día de gloria en Getafe, donde marcó un gol tan imposible que todos lo atribuimos a la casualidad, pero en su desgraciadamente mínima historia quedará su tanto en Primera División y “un buen partido en el Nou Camp”, según dice hoy el periódico.
Patrick Ekeng se estaba haciendo futbolista en Rumanía. En el Dinamo de Bucarest. No era titular, El viernes saltó al campo sustituyendo a un compañero y a los siete minutos cayó desplomado en el círculo central como si fuera un saco. Lo acabo de ver y no lo puedo creer. Las asistencias entran tarde y no le hacen la reanimación, quiero suponer que reglamentaria. Mejor, no hacen más que moverle un poco y ponerle de lado. La ambulancia, sin desfibrilador, con lo que tenemos visto estos años en los campos de fútbol, dicen que no reunía condiciones y que se limitó a trasladarlo como si fuera un taxi, al hospital. Las imágenes que vuelvo a ver duran dos minutos y medio y acaban con el futbolista dentro de una ambulancia que aún no ha salido del centro del campo.
Lula Dascalu es un moza rumana que juega al balonmano en el ADESAL de Córdoba y dice que el hospital está a dos minutos del estadio del Dinamo. Dice Lula que dicen los médicos de ese hospital que si a Ekeng le hubieran masajeado como procede en estos casos en el césped, la muerte podría haberse evitado. Uno cree que serán los servicios médicos, si los hubiere, del Dínamo de Bucarest los que expliquen con todo lujo de detalles tanta imprevisión en el fútbol profesional rumano.
Descanse en paz Patrick Ekeng y perdóname por lo que te he reñido.