Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Los éxitos del Leicester, campeón de la liga inglesa, y del Atlético, finalista de la Copa de Europa, han puesto de moda el pobrismo, la única elegancia que queda en el mundo, según el doctor Marañón.
El propietario del Leicester es un magnate tailandés que atiende por Vichai Srivaddhanaprabha, un nombre que debe de quitar las ganas de firmar cheques, y el del Atlético, un almacenista de cine que atiende por Cerezo, que no es precisamente un haiku a la necesidad.
Del éxito del Leicester ya se apropió el becario “black” de Podemos, Errejón, y del éxito del Atlético damos por hecho que se apropiará el resto de la pandilla.
Los partidarios del Estado de Partidos, que son todos los piperos, sostienen, muy serios, que, si los partidos no fueran estatales, el chino señor Wanda, por ejemplo, podría comprarse Podemos como el señor Srivaddhanaprabha se compró el Leicester y ganar las elecciones para poner en el palacio de La Moncloa un Hiperasia a los ricos de la carretera de La Coruña.
Con tanto pobre (¡o tanto hípster!) suelto, hay que cuidarse de que no nos den gato por liebre, pues igual que de los viejos griegos se dice que consumieron sus vidas gobernándose a sí mismos (descuidando la familia y los negocios por hablar en la asamblea), de los españoles nuevos se puede decir que consumen sus vidas estafándose a sí mismos, y ahí está el último Dos de Mayo, con los académicos de Bellas Artes cabeceando que Goya era antitaurino, con Cifuentes apropiándose de los chisperos que metieron un buco al mameluco para equipararlos a la alegre muchachada de la Santa Transición, y con Pablemos, al que no se le cae de la boca la “Rerum novarum”, asociando a las manolitas de Malasaña con la anseriforme Rita Maestre guiando por la Complu al pueblo de Delacroix, aunque le pegue más Revello de Toro.
¿Pueblo?
–Eran lúmpenes, gentuza de clase más baja que la nuestra –dijo una vez Pablemos, tras una pelea callejera en las Vistillas, su Bastilla.