De paseo con Capea
José Ramón Márquez
“Días
de mucho, vísperas de nada”, dice mi Martínez Kreisler, donde se contienen
refranes para todo y para lo contrario, que eso es lo bueno del refranero. No
había que ser Rappel ni el menda ése que sale en la TV de madrugada echando las
cartas para apostar por lo que podría pasar esta tarde y, de hecho, la mayor
parte de la afición se acogió a la prerrogativa de no adquirir el billete
herrado con el número 16 cediendo su puesto a otros espectadores, que también
tienen derecho. La cosa es que los tendidos de Plaza presentaban un aspecto
alopécico, con ronchas y calvas muy gruesas, minoradas por la presencia
significativa de un nutridísimo número de alumnos del Colegio Los Olmos que se
vinieron a Las Ventas, algunos por primera vez en su vida, a ver torear a su
ídolo y ex-compañero Gonzalo Caballero.
Para
hacer menos atractivo el cartel los empresarios de la Plaza de Las Ventas -¡aún
empresarios!, ¿hasta cuándo?- estimaron que, a la vista de las deplorables
corridas que ha ido echando en Madrid y como prueba de que o no son rencorosos
o no tienen memoria, lo mejor era traerse seis Tifanes, y pelillos a la mar.
Los llamamos Tifanes porque es un nombre que suena algo más ganadero que lo de
Ventorrillo, que es como se llamaba a aquél parador que había en el camino de
Carabanchel Alto, al lado de la finca de Eugenia de Montijo, donde paraban los
carreteros que venían de vacío de llevar la verdura a Legazpi. Edificaciones
Tifán son los propietarios de la vacada y, por tanto, Tifanes los toros, edificados
bajo el precepto del descaste y del desamor a la ganadería brava, como quien
dice Miura el propietario y miuras los toros, mal comparado.
La
parte con la que debemos quedarnos en cuanto a la evaluación de los Tifanes es
que el producto se les va de las manos a chorros, porque los modos que han
sacado los toros esta tarde deben estar a millones de años luz de lo que don
Fidel San Román querría echar en una
Plaza de Toros; vamos, que no te compras el hato de juampedritis, que no la
pagaría barata, para que te salga la corrida creando complicaciones y tirando
por aquí y por allá unos gañafones de no te menees cuando menos te lo esperas.
Pasemos por alto lo del caballo, que si
al noventa por ciento del público el tercio de varas no le importa una higa a
santo de qué le va a importar a don Fidel que sus toros fueran la negación de
la bravura en dicho tercio, pero se sobreentiende que el que se juampedrea la
ganadería no quiere en modo alguno gañafones, ni cogidas sino embestidas y
colaboradora aptitud muleteril, hocico por el suelo y poca inteligencia. En
realidad ese es el fracaso de don Fidel con sus Tifanes de esta tarde, porque
no vamos a clamar por la casta y la bravura en la casa de alguien para quien
esas palabras son tabú. Y si el hombre está en lo que está y busca lo que busca
y luego le sale uno como el sexto, Cañamón, número 114, es que alguien está
haciendo muy mal su trabajo en cá Tifán. La genética, afortunadamente, tiene
esas cosas.
Para
vérselas con los Ventorrillo, corrida en escalera con toros del 10, del 11 y
del 12, harto desigual en la cosa morfológica, pusieron en el cartel los
nombres de Pedro Gutiérrez “El Capea”, Morenito de Aranda y Gonzalo Caballero.
El
Capea y Morenito son la cara y la cruz. A Capea todo lo que haga se lo echan a
chacota y a Morenito todo se lo tienen en cuenta. Son esas cosas de Madrid, que
tiene sus amores y sus odios. Capea es, como si dijéramos, la carambola de
Fernando VII, porque hasta el más lerdo espectador de toros se cree en
condiciones de censurarle, con suficiencia experta de muchos volúmenes del
Cossío. Capea, sin embargo, no engaña a nadie ni trata de hacer pasar su
tauromaquia tosca y campera, tauromaquia de aficionado práctico aventajado, por
el toreo que cruje el alma. Acaso la animadversión contra Pedro Gutiérrez nazca
de la constatación del trato favorable que recibe por parte de la Empresa , pura evidencia de
que el mundo es injusto, pero como poco parece harto exagerado cebarse precisamente
con Pedrito para sacar pecho de paladín de la justicia. Si le tendrán hincha que ni siquiera
repararon en lo bien vestido que venía.
En
los antípodas de El Capea tenemos a Morenito de Aranda, que en Madrid cuenta
con una acogida amable y cariñosa, que se habrá ganado por las causas que sea,
gracias a la cual siempre parece jugar en casa arropado por la benevolencia del
público que no deja pasar ocasión para decir “¡Bieeeennnn!” cada vez que el
arandino da una trincherilla, y da muchas. Podríamos decir que Morenito no es
torero de ¡Ole!, sino de ¡Bieeeennn! y así tenemos que Morenito puede estar un
poco mejor o un poco peor, pero siempre es despedido con palmas que significan:
“Aquí te esperamos, vuelve cuando quieras”. Eso, en mi opinión, es un don.
Las
dos cosas reseñables de la tarde son la cogida de Gonzalo Caballero en el tercero,
Aéreo, número 25 y la faena de Morenito de Aranda al quinto, Chocolatero,
número 65.
Gonzalo
Caballero se vino a Madrid con un vestido indescriptible ornado de espumillón
blanco. Quiso montar su trasteo a base de coraje, queriendo demostrar sus ganas
de no pasar desapercibido. El toro no era nada de claro y le pasó a Caballero
un par de veces de manera espeluznante. Cuando el torero se echó la muleta a la
zurda, en el cite, estando descubierto, el animal eligió entre el bulto y la
muleta arreándole una cornada de la que comenzó a manar abundante sangre.
Gonzalo Caballero se empeñó frente a todos en finalizar su faena y en matar al
toro, cosa que hizo, herido y disminuido, antes de pasar a la jurisdicción de
Padrós y su equipo médico.
En
el quinto, el toro más fácil del encierro, Morenito enardeció a los tendidos
con una faena de tono muy menor, muy ventajista, sin compromiso de ningún tipo.
El bueno de Jesús consiguió llevar de acá para allá al toro, que iba donde se
le dijese, a cambio de no meterse en el viaje, de ceder la posición y de torear
despegado descargando la suerte. Casi al final de la faena, en una serie de
cuatro naturales algo despegadillos, se sobrepone Morenito a su destoreo y se
pone a torear con un poco más de encaje, más cruzado, dejando esa serie como
testimonio de que sabe cómo se hace aunque sea mucho más cómodo y ¿por qué no
decirlo?, más rentable torear con la pata atrás y citar desde afuera. Total, la
gente lo aplaude lo mismo. Profusión de trincherillas y pases del desprecio
marca de la casa para cobrar una oreja de poco peso, tras una media
lagartijera.
“Hay
que quitar las rayas ésas”, me dice Vicente Palmeiro a la salida, sabiendo que
estoy a favor de eliminar esos demoníacos trazos que no sirven para nada.
Alumnos del Colegio Los Olmos en el palco de la abuela Carmena
Seco
Mojado
Capea
Ya dijo el empresario que es amigo de Capea el Viejo, y que mientras
él sea el empresario, Capea el Joven vendrá a la Feria
Vestido para matar
Esas nubes que pasan
(Cela)
Capea
El Arco
El Caballero de las cornadas
Caballero camino de Padrós
Ganarás el pan
Sáenz de Oiza
La afición
La cucamona de Calderón
Pedro y el lacito
Pincho de Dilma