El letrero
José Ramón Márquez
Segundo día con el letrero de que no hay billetes en las taquillas y gran ambiente en la Plaza, que contrasta con la magra entrada del día anterior. Con los líos del día a día no he tenido tiempo de hablar con los reventas para que me expliquen el tirón del cartel de este 18 de mayo, que ellos son quienes manejan las claves del chu-chú, así que de momento uno no sabe qué es lo que hizo que las gentes abarrotasen la Monumental; la monumental borrachería podríamos decir, que hay que ver lo que bebe la gente, aunque bien mirado no es de extrañar que muchos se hayan dado a la bebida, algunos para olvidar que acaso hace lustros vieron torear y otros para que el trago les ayude a pasar el rato en un espectáculo del que todo lo desconocen.
En el cartel de hoy teníamos una ganadería cuyo dueño es un señor con nombre y apellidos, que se llama don Ricardo Gallardo Jiménez, y no una razón comercial, una sociedad limitada o una UTE. La ganadería, Fuente Ymbro. Los que tengan memoria recordarán del año pasado al toro Agitador, alrededor del cual se suscitó una viva polémica sobre las condiciones de su temperamento en la que no pude terciar, pues no vi la corrida aquel día. No hace tanto había un puñado de aficionados llenos de buenísimas intenciones y de un encomiable optimismo que llevaron a considerar a los Ymbro como “ganadería torista”, ya que sus condiciones en los ruedos les hacían salirse del trillado camino del toro artista que proclama su puro origen jandillesco. Fuese lo que fuese, aquello se puede dar por acabado e imaginamos que esto habrá servido de enorme alivio para don Ricardo, que lo que él querrá es que los toros bobeen y que le indulten un montón de ellos. Sobre todo lo del indulto, porque eso es lo que sirve como certificación y prueba irrefutable de la condición tonta, colaboracionista y entregada del semoviente en cuestión. Pues bien, ahí tenemos al señor Gallardo disfrutando de que se le haya caído a su ganado el sambenito del torismo y ansioso por profundizar en esa nueva ansia de los ganaderos que es la de poder llegar a criar el toro perruno.
Lo que Fuente Ymbro mandó a Madrid, a la Feria de San Isidro, a la Primera Plaza de Toros de Pueblo del Mundo fue una corrida indecorosa, chica, blanda, sin carácter ni personalidad. ¿Se movieron? Pues podemos decir que, en líneas generales, sí. ¿Y dónde les llevó el movimiento? A unos a chiqueros, a publicar su mansedumbre, a otros a tirarse en plancha al suelo, a otros a perseguir los engaños sin saber por qué ni para qué, pues su condición taruga no les llevaba por la senda de la filosofía, a cuestionarse ni lo más mínimo de lo que pasaba a su alrededor. Al primero lo echaron a la fría oscuridad de los toriles por manifiesta incapacidad psicomotriz y fue sustituido por uno de Buenavista, Desastre, número 15, cuya dueña se llama doña Clotilde, y que proceden de la estirpe más común en el campo bravo, que es la de “eliminando lo anterior”. Digamos que el clotildo no desentonó de la tónica de los Ymbro, y esto no sé si debe tomarse como un elogio.
El paso por las manos de los équites fue fugaz y de compromiso: unas cucamonas, un voy pero no voy, un que te pillo y ¡hala!, el bichín ya está picado. Así fue en los seis y aunque hubo dos derribos esto no debe tomarse como signo de fortaleza, bravura o codicia de los toros, sino más bien como accidentes laborales de los que nadie estamos libres. El quinto, Embriagado, número 105, nombre muy acorde a la actual idiosincrasia de Las Ventas, derribó a Francisco Doblado por la manifiesta incapacidad del picador de agarrar el puyazo, cosa harto complicada con esa manera de agarrar la vara como si estuviese pescando barbos en el Alberche. El hombre marró y el torete se hizo el machote y como nadie le hostigaba, con un poco de fuerza y un traspiés que dio el arre puso al penco besando la arena. En la otra caída nada tuvo que ver Miguel Ángel Muñoz, simplemente el aleluya se riló, se dejó caer primero de los cuartos traseros y luego de los delanteros, acaso queriendo mover a la piedad de los espectadores o acaso goloso de recibir las ovaciones redondas que les meten a los caballos cuando los levantan del suelo. Digamos que hoy volvió a picar Manuel Cid, a quien un crítico serio convirtió en hermano del matador El Cid, y también Manuel Burgos, de quien lo mismo puede decir el prenda que es hermano picador de Antonio Burgos.
En la parte de los matadores tuvimos a Diego Urdiales, Miguel Ángel Perera y Alejandro Talavante.
Urdiales, el hombre, a quien tanto hemos visto, es lo que es. Por más que le hayan querido vender como el Faraón de Arnedo o el Pasmo del Cidacos, Urdiales es un torero corto y de gusto que no tiene firmada en Madrid una sola faena rotunda. Eso no empequeñece su valía cuando se ha anunciado con ganaderías de las serias. Por ejemplo, si Talavante hubiese dado, el infausto día de sus seis victorinos, dos series de naturales como las que le tenemos vistas al riojano con victorinos, nos los habrían metido hasta en la sopa. Urdiales se ganó así el respeto de la afición, claro es que con el respeto no se come y ahora anda en compañías de alto copete, le apodera la FIT y le tienen puesto a Curro Romero de monaguillo, a ver si cuela, pero no cuela porque a la edad del riojano ya está casi todo hecho. Hoy en su primero dio la versión de Urdiales altibajo, un natural de calidad por aquí, un susto por allá, lo de tantas veces. Peor es lo del segundo, que no quiso ni verlo y se dedicó a taparlo de manera harto ostensible, por si acaso el toro se le venía. La cosa es que Diego Urdiales ni es de Ronda ni de la Alfalfa, es riojano a mucha honra y todo el rollo que le han montado sólo ha servido para alejarle del grupito de aficionados que le esperaban siempre con simpatía como un oasis en el páramo del destoreo y de la falta de torería.
Miguel Ángel Perera siempre me ha parecido un torero harto aburrido y ahora lo parece aún más. Es, en cierto modo, un poco como Esteso, el cómico que perdió la gracia. Perera no encuentra la gracia por parte alguna y se obstina en presentar la cara más oscura del toreo ventajista del que apenas se ha alejado en la parte mollar de su carrera. En su primero se despatarró cuidándose de dejar la pierna bien atrás y luego fue poniendo sobre la arenisca de Las Ventas el resto del rosario del neotoreo, y a medida que avanzaba la faena la gente fue desentendiéndose de él. En su segundo hizo el ya tradicional pase cambiado y a partir de ahí todo fue a menos; ante el desinterés del público se fue a por el estoque. Perera puede ser a corto plazo uno de los damnificados por (el marmolillo incorpóreo de) Roca Rey, pues el peruano de Valencia (Ramón) le va a sacar de esos carteles de figuras en los que él solía encontrar un hueco.
Y Talavante, que siempre es una incógnita. ¿De qué vendría hoy el camaleón? La verdad es que Tala es, de entre las figuras, el que más puede apetecer ver porque ahí está en el borde de hacer el toreo, aunque la mayoría de las veces se eche al lado oscuro. Fue labrando a su primero y encontró momento para dejar dos detalles de buen toreo, un natural y una serie corta de derechazos. La mayor parte de la faena de Talavante, torero sin tauromaquia, estuvo en el registro contemporáneo y acomodaticio, pero ahí dejó el fulgor de dos momentos que nos llevan a soñar con que lo mismo un día se le cruza un cable y es capaz de enhebrar una faena como Dios manda. En su segundo comenzó como aburrido, como si buscase que pasase el tiempo para acabar aquello. El mulo, que atendía por Hurón, número 162, se va huyendo al 4, allí encuentra Tala eco a su labor y se entrega a un muleteo muy a favor de obra, manejando espléndidamente los recursos del espectáculo. Cuando se saca un pase por detrás -este año el éxito está por detrás- haciendo pasar al toro ajustadamente por los adentros, el público bramó y en ese momento se ganó la oreja de Hurón. Después de eso todo fue aplaudido con delirio y las gentes sólo esperaron a que tumbase al bicho para sacar los pañuelos. Faena de un solo pase, podríamos decir, y expresión inteligente de sabiduría escénica del extremeño.
Curro Javier saludó por sus dos buenos pares al quinto y, sin embargo, nadie echó cuentas de la eficacísima brega y de la torería con que Javier Ambel, negro y azabache, lidió a ese toro.
La entrada
La autoridad
Rojo y amarillo
Azul I
La espera
Paseo
Minuto de silencio
Padrenuestro de la nada
Juan Carlos Tirado
El palco de Calderón
Rioja baja
Urdiales
Mano negra
Perera
Abraham y Manolo
Talavante
Mulilleros desahuciados
Primer Guernica
Segundo Guernica
Azul II
El cazo de leche hirviendo
España en la encrucijada
Hasta el rabo todo es Ymbro